lunes, 26 de diciembre de 2016

LA DESNUDEZ DEL NIÑO

Mientras escribo estas letras está colocando en el presbiterio el precioso belén de la parroquia, imagen entrañable de María y José, contemplando y protegiendo al Niño mientras lo ofrecen en adoración a pastores y magos. Y el Niño desnudo. 
Esa desnudez del niño Jesús sobre el pesebre me da mucho que pensar, sobre todo porque estoy seguro que no responde a su situación histórica. El sentido común y la Escritura nos dicen que María lo envolvió en pañales y, sin embargo nosotros seguimos representándolo desnudo y esta representación del niño Jesús en su desnudez no es un error.
La desnudez del Niño es la expresión de la desnudez con que el Hijo de Dios se presenta ante nosotros, despojado del brillo de su condición divina, despojado de todo bien y de todo poder se nos ofrece necesitado de todo (alimento, calor, cariño…). Maravilla del Amor de Dios que habiéndonos dado todo en la creación, nos ofrece a su propio Hijo. Maravilla del amor de Cristo que habiéndonos dado todo en la entrega de su propia vida, nos ofrece ahora hasta la posibilidad de dar. Hay mucha humildad en ayudar a otros, en ofrecer lo que nos sobra para que otros tengan lo necesario. Hay mucha más humildad, la humildad de Cristo, en darlo todo y luego suplicar que se le dé de limosna algo de lo que él mismo nos ha regalado primero.
Pero la desnudez de Cristo tiene otro significado que no debemos silenciar: es anticipo de la desnudez del Calvario. Antes de crucificarlo lo despojaron de sus vestiduras y las echaron a suertes. Todos conocemos la oración de Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré a él. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor”. En realidad Job era figura de Cristo que habiéndolo recibido todo del Padre, todo lo entrega gratuitamente, nada retiene. Entiende que no hay nada, ni siquiera el ser igual a Dios, que deba ser disfrutado si no es compartido. Por eso en su desnudez entregará hasta su Espíritu: “Padre, en tus manos pongo mi Espíritu”.
Pero además, y muy emparentado con esto, la desnudez del Niño en el pesebre es la desnudez de la Eucaristía. Debemos a Benedicto XVI el habernos enseñado que el niño colocado en el pesebre es una figura eucarística. Así lo entendieron los padres de la Iglesia y así se hace evidente cuando entendemos que el buey y la mula, que se alimentan en el pesebre, son imagen del Pueblo de Dios, es decir, de nosotros. El Niño en el pesebre y la Hostia en la patena son y expresan lo mismo: el hijo de Dios entregado por nosotros. Se entrega a sí mismo, desnudo de todo adorno, quien primero nos lo entregó todo y no le queda más que ofrecer.
Dichosos aquellos a quienes no les sabe a poco ese regalo sin envoltorio. Dichosos quienes lo acogen con gozo y se unen a su ofrenda con agradecimiento.