Jesús purifica el
templo. En realidad, los vendedores no se encontraban en el santuario, donde
los sacerdotes queman el incienso y se realizan las ofrendas, sino en un patio
exterior, accesible a todos, incluso a los extranjeros. Ese “atrio de los
gentiles” es un espacio cosmopolita en el que se mezclan los devotos con los
curiosos, compradores y vendedores de todo tipo.
Es precisamente en este
espacio donde Jesús realiza un gesto profético. Al que añade dos expresiones de Isaías y
Jeremías respectivamente: Mi casa será llamada casa de oración y habéis
convertido mi casa en una cueva de ladrones.
No hay que pensar en un
“cabreo” por parte de Jesús. Los gestos proféticos son habituales en la Sagrada
Escritura, donde el profeta anuncia la palabra no solo con palabras, sino con
su vida entera. Jesús tiene la voluntad expresa, afirmada por sus propias palabras,
de realizar un anuncio, de mostrar una doble realidad:
Por un lado Jesús está
afirmando que la materialidad del templo no es ninguna garantía. La presencia
del templo de Jerusalén no es ningún pararrayos en el que se puedan amparar los
que no reconocen el momento de la conversión. Solo un corazón vuelto al Señor
que confía en su misericordia es el que recibirá la salvación.
Pero el gesto tiene
otro significado. Jesucristo está purificando el templo, pero está purificando
el espacio donde acuden los extranjeros. De esa manera está abriendo el camino
de la salvación a todas las naciones, como continúa la cita de Isaías a la que
hace referencia. Nadie puede sentirse ya excluido del amor de Dios.
Las dos cosas las hemos
de tener presentes en esta cuaresma: Nadie se sienta ingenuamente seguro (el
que se crea en pie, mire no caiga), pero nadie debe sentirse excluido de la
salvación puesto que hoy es el día de la salvación.