lunes, 11 de febrero de 2019

DOMINGO V DE TIEMPO ORDINARIO

COMENTARIO AL EVANGELIO

HISTORIA PROGRESIVA HACIA DIOS
1. Nos vemos pequeños y pecadores ante la grandeza de Dios. Para poder conocer a Dios es necesario en primer lugar descubrirnos pequeños ante Él. Ante la grandeza de Dios, Isaías se re-conoce pecador. Del mismo modo, san Pablo, al contarle su experiencia de fe a los Corintios, en la segunda lectura, afirma de sí mismo: “yo soy el menor de los Apóstoles, y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios”. Final-mente, san Pedro, tras la pesca milagrosa, al ver las maravillas que Dios hace al sacar la red repleta de peces, se arroja a los pies del Señor y exclama: “apártate de mí, Señor, que soy un pecador”. Todo ello nos muestra que el primer paso que hemos de dar para poder conocer a Dios y descubrir su amor es descubrir-nos pequeños ante su grandeza y reconocernos pecadores ante Él.
2. Pero Dios nos purifica y salva. El segundo paso es experimentar el perdón de Dios. El profeta Isaías, en su visión, ve cómo uno de los serafines vuela hacia él con un ascua en la mano que había cogido del altar y la acerca a sus labios purificándolos, y el serafín le dice: “Mira, esto ha tocado tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado”. Por su parte, san Pablo, más adelante añade que ha sido la gracia de Dios la que le ha hecho apóstol, a pesar de ser un perseguidor, y asegura que su gracia no se ha frustrado en él. Finalmente, san Pedro, al reconocerse pecador ante Jesús en la barca, escucha cómo el Señor le dice: “desde ahora serás pescador de hombres”. Dios no se fija tanto en nuestro pecado, sino que lo borra y lo hace desaparecer cuando nos postramos arrepentidos ante Él y nos reconocemos pecadores.
3. Y purificados y salvados, Dios nos envía para una misión. Pero la historia no termina aquí. La fe verdadera nos saca de nosotros mismos y nos manda para que vayamos donde Él nos envíe.
Cada uno de nosotros, al celebrar esta Eucaristía, celebramos y experimentamos en nosotros el amor de Dios. Salgamos dispuestos a contagiar el amor de Dios, un amor misericordioso, al mundo entero.