Evangelio dialogado.
Domingo 30º ordinario-A (Mt 22,34-40)
Discípulo 1:
Maestro, es difícil ser judío. Nuestra Ley es muy exigente y complicada.
Discípulo 2: Yo
he contado hasta 613 mandatos en la Ley de Moisés. Nos dan normas para todo.
Discípulo 1:
Cualquier cosa que hacemos está controlada. Es imposible cumplir todas las
reglas.
Jesús: Las leyes
pueden ser muchas, pero el Padre Dios sólo es uno, y os aseguro que no pide
demasiado.
Discípulo 2:
Entonces...¿Para qué tantas leyes y tantas normas?
Jesús: Porque a
los hombres les gusta complicarlo todo. Os repito que el Dios Padre pide
bastante poco.
Discípulo 1:
Mira, Maestro, por allí vienen unos fariseos. Se les habrá ocurrido algo nuevo
para molestarte. Parece que no tuvieron bastante con aquello de la moneda del
César.
Discípulo 2: Sus
cabezas están llenas de leyes, se creen muy listos y muy buenos por saberlas
todas de memoria, y no toleran que tú, Jesús, sepas más que ellos y les dejes
en ridículo.
Fariseo 1:
Maestro, queremos hacerte una pregunta: Como tú lo sabes todo podrás
respondernos. Estamos seguros de que sí.
Fariseo 2: A ver,
dinos: ¿Cuál es el mandamiento principal de la ley?
Jesús: ¿Por qué
queréis ponerme a prueba?
Fariseo 1:
¡Nooo!, ¡qué va!, Es que nosotros también estamos liados con tantas normas.
Fariseo 2: Y nos
interesa saber de verdad tu opinión, a ver: ¿Cuál es el mandamiento principal
de la Ley de Dios?
Jesús: «Amarás al
Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser».
Fariseo 1: ¿Y
cuál es el segundo? Dinos también el segundo.
Jesús: El segundo
es tan importante como el primero.
Fariseo 2: Pues,
venga, dinos el segundo mandamiento.
Jesús: El segundo
es semejante al primero: «Amarás al prójimo como a ti mismo».
Discípulo 1: ¿Por
qué son tan importantes estos dos mandamientos?
Jesús: Porque
estos dos mandamientos sostienen la Ley entera y a los Profetas.