“¿A QUIÉN VAMOS A ACUDIR? TÚ TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA”
22 de agosto de 2021 DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO
Josué 24, 1-2a.15-17.18b ●
“Nosotros serviremos al Señor, porque Él es nuestro Dios!”
Salmo 33 ● ”Gustad y ved qué
bueno es el Señor”
Efesios 5, 21,32 ● “Es éste un
gran misterio: y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia”
Juan 6, 60-69 ● “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”
Muchos de sus discípulos, al oírlo, dijeron: «Esto que dice es
inadmisible. ¿Quién puede admitirlo?». Jesús, conociendo que sus discípulos
hacían esas críticas, les dijo: «¿Esto os escandaliza? ¡Pues si vierais al hijo
del hombre subir adonde estaba antes! El espíritu es el que da vida. La carne
no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Pero
entre vosotros hay algunos que no creen». (Jesús ya sabía desde el principio
quiénes eran los que no creían y quién lo iba a traicionar). Y añadió: «Por
esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no le es dado por el Padre».
Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y no andaban con él.
Jesús preguntó a los doce:
«¿También vosotros queréis iros?». Simón Pedro le contestó: «Señor, ¿a quién
iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros creemos y sabemos que tú
eres el santo de Dios».
NO ES ALGO ACCESORIO
VER.-
Una de las pocas cosas positivas
que ha traído la pandemia ha sido recordarnos algo que muchos habían olvidado o
ni siquiera se habían detenido a pensar en ello: que todo en este mundo,
incluidos los seres humanos, somos caducos. Más aún: además de caducos, somos
muy frágiles, tanto las personas como las estructuras que hacen posible nuestra
vida, que nos parecían muy sólidas y permanentes pero que se han ido
derrumbando como fichas de dominó. Y esto nos afecta profundamente, porque nos
hemos dado cuenta de que en realidad no hay nada estable, que no hay ningún
lugar donde podernos sentir seguros y a salvo. Intentamos superar este
sentimiento de inseguridad y angustia con distracciones, consumismo,
actividades variadas… pero el sentimiento nunca desaparece del todo, al
contrario, lo volvemos a sentir incluso agudizado.
JUZGAR.-
La falta de reflexión y formación de la mayoría de la población hace
que se olvide un aspecto constitutivo del ser humano: que es un ser finito con
sed de infinito. “Un ser que afirma la vida y anhela ser feliz y, sin embargo,
se siente desgraciado ante el dolor que sufre en este mundo. El ser humano, a
diferencia de los animales, posee un impulso vital que lo convierten en un ser
social, técnico y creador, un ser esperanzado” (Itinerario de Formación
Cristiana para Adultos “Ser cristianos en el corazón del mundo”, T. 3)
Pero ese impulso vital a menudo se ve truncado por diferentes
circunstancias y se llega a creer que no merece la pena buscar cómo saciar la
sed de infinito, que no hay que calentarse la cabeza sino limitarnos al “carpe
diem”. Pero esta opción no elimina el sentimiento de inseguridad.
Esa inseguridad también ha afectado a la dimensión de la fe. Muchas
personas recurrieron a rezos y devociones esperando que Dios no tardaría en
hacer el milagro pedido pero, ante la duración de la pandemia y las trágicas
consecuencias y sufrimientos que sigue acarreando, han sentido que su oración
“no sirve para nada”, que Dios no les hace caso o que no existe y, como hemos
escuchado en el Evangelio, muchos discípulos se echaron atrás y no volvieron a
ir con Él.
Pero lo positivo de la pandemia es que puede ser, si queremos, una
oportunidad para plantearnos nuestra vida y nuestra fe: qué hemos estado
haciendo hasta ahora, cómo nos ha afectado la pandemia, y qué vamos a hacer a
partir de ahora. Es como si Jesús nos planteara ahora, en este momento de
nuestra vida, la misma pregunta que hizo a los Doce: ¿También vosotros queréis
marcharos?
La pregunta de Jesús nos cuestiona como creyentes: ¿En qué hemos
estado apoyando nuestra vida, a qué hemos dado prioridad en tiempo y esfuerzo,
en qué hemos depositado nuestra confianza? Y quizá, al reflexionar, nos demos
cuenta de lo que escribió Benedicto XVI en “Dios es Amor” 20: “El ser humano es
un buscador insaciable de la paz y de la felicidad. Ninguna adquisición de bienes
materiales, ninguna situación vital, por satisfactoria que parezca, consigue
detener esa búsqueda. Somos peregrinos hacia un destino de plenitud que no
encontramos nunca del todo en el mundo”. Y quizá por eso sentimos inseguridad.
Y surge otra cuestión: ¿Quién es
Dios para mí? ¿Cómo es mi fe en Dios? ¿Consiste en un conjunto de conocimientos
y normas, aprendidas en la infancia, o procuro formar mi fe para tenerla
actualizada? ¿Mi relación con Dios es de tipo “comercial”, es decir, “le doy
(mis oraciones, misas, limosnas…) para que me dé (favores, seguridad,
protección…)? ¿O es una relación de amor “tratando de amistad muchas veces a
solas con Aquél que sabemos nos ama” (Sta. Teresa de Jesús, Vida 8, 5)? ¿Cómo
reacciono cuando siento que “no atiende mis peticiones”?
ACTUAR.-
La pandemia y sus consecuencias, y el sentimiento de inseguridad y angustia, nos ha situado en una encrucijada que pide de nosotros una opción vital: ¿También vosotros queréis marcharos? Por una parte experimentamos que nos resulta difícil mantener la fe en Dios; pero, por otra parte, “un mundo sin Dios es absurdo. Es verdad que un Dios creador del mundo y un mundo en el cual existe el dolor y el mal es un misterio. Pero Jesús cargó y padeció el mal y el dolor de este mundo y por eso, en la Cruz de Cristo, Dios se revela como un Misterio de Amor. Y nosotros tenemos que elegir entre el Misterio o el absurdo”. Ojalá que nuestra respuesta sea la misma de Pedro: Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna. Y elijamos el Misterio de Jesús, que nos acompaña en nuestro caminar, que lleva la Cruz con nosotros y que nos ofrece la única esperanza fiable, la salvación verdadera, la vida eterna, porque, como escribió San Agustín: “Nos hiciste, Señor, para Ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en Ti”. (Confesiones 1, 1).