"HACE OÍR A LOS SORDOS Y HABLAR A LOS MUNDO"
5 de septiembre de 2021 (DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO)
Isaías 35, 4-7a ● “Los oídos del
sordo se abrirán; la lengua del mudo cantará”
Salmo 145 ● ”Alaba, alma mía, al
Señor”
Santiago 2, 1-5 ● “¿Acaso no ha
elegido Dios a los pobres como herederos del Reino?”
Marcos 7, 31-37 ● “Hace oír a los
sordos y hablar a los mundo”
Salió del territorio de Tiro, fue
por Sidón y atravesó la Decápolis hacia el lago de Galilea. Le llevaron un
sordo tartamudo y le rogaron que le impusiera sus manos. Jesús lo llevó aparte
de la gente, le metió los dedos en los oídos, con su saliva le tocó la lengua,
alzó los ojos al cielo, suspiró y le dijo: «¡Epheta!», que quiere decir
«¡Ábrete!». Inmediatamente se le abrieron los oídos y se le soltó la atadura de
la lengua, de modo que hablaba correctamente. Les encargó que no lo dijeran a
nadie; pero cuanto más se lo ordenaba, más lo proclamaban. Y en el colmo de la
admiración decían: «Todo lo ha hecho bien, hasta a los sordos hace oír y a los
mudos hablar».
VER.-
Los sordomudos suelen ser
personas que nacen con una sordera total. El hecho de no poder percibir ningún
tipo de estímulo auditivo hace que les resulte casi imposible desarrollar el
habla. Por eso, una persona sordomuda no tiene por qué padecer ningún trastorno
en el aparato fonador y, en el caso de que llegue a oír gracias a una operación
o a algún medio electrónico, esa persona podría también aprender a hablar.
JUZGAR.-
Ésta es la situación que hemos contemplado en el Evangelio de hoy: a
Jesús le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar. Y Jesús realiza
un signo que, como siempre, va más allá de la mera curación física de este
hombre, un signo que también es para nosotros.
Porque nosotros hemos escuchado muchas veces, y sabemos, que tenemos
que dar testimonio de nuestra fe, con palabras y con obras; o bien alguien nos
ha cuestionado respecto a algún aspecto de nuestra fe, de la Iglesia… pero nos
hemos quedado “mudos”, sin saber qué decir, qué responder.
Y, como en el caso de las personas sordomudas, ese no saber qué decir
está provocado porque “estamos sordos”, porque no escuchamos debidamente al
Señor. Quizá sí que oímos, pero en realidad no escuchamos.
Unas veces, nuestra sordera se debe a que nadie nos ha enseñado cómo
escuchar al Señor, cómo leer y meditar su Palabra. Pero otras veces, lo que
ocurre es que “nos hacemos los sordos” conscientemente: porque no dedicamos un
tiempo de calidad a leer y meditar la Palabra de Dios, o no prestamos atención
cuando se proclama en la Eucaristía, o no queremos participar en un Equipo de
Vida para formarnos y conocer mejor la Palabra de Dios y aprender a aplicarla a
nuestra vida, o ni siquiera preguntamos cuando no entendemos algo.
Esa “sordera” es la que nos impide luego “hablar”, dar testimonio de
nuestra fe. Pero, sea cual sea el motivo de nuestra “sordera”, como el
sordomudo del Evangelio podemos empezar a “hablar” de Dios sin dificultad, si
dejamos que el Señor actúe en nosotros, como hizo con el sordomudo.
Jesús lo apartó de la gente a un lado. Si queremos que el Señor cure
nuestra sordera, necesitamos “apartarnos de la gente”, buscar momentos y
espacios para poder estar con el Señor para orar, para leer con tranquilidad su
Palabra, para formarnos. No vamos a escucharle si estamos rodeados de ruidos,
tareas, actividades, el móvil, el ordenador, la televisión, música…
Después Jesús le tocó. Y a nosotros también “nos toca”: lo hace en la
oración cuando, sin esperarlo, se remueve algo dentro de nosotros; o cuando
algún texto de su Palabra nos llama especialmente la atención; o cuando alguien
nos invita a participar en algún Equipo o actividad de la parroquia.
Y por último, Jesús le dijo:
Ábrete. Si hemos escuchado y nos hemos sentido “tocados”, tenemos que
“abrirnos”, salir de nuestra cerrazón, de nuestra comodidad, de nuestro miedo…
y responder a esa invitación para que también “se nos abran los oídos y
hablemos sin dificultad”, y así dejar de estar “mudos” y podamos dar a otros un
testimonio creíble de nuestra fe.
ACTUAR.-
¿Conozco a alguna persona
sordomuda? ¿Ha podido aprender a hablar? ¿Me atrevo a “hablar” de Dios ante
otros, o reconozco en mí alguna “sordomudez” respecto a la fe? ¿A qué se debe?
¿Sé escuchar a Dios o estoy rodeado de “ruidos”? ¿Busco el tiempo y espacio
adecuado para orar, para meditar su Palabra, para mi formación cristiana?
¿Participo en algún Equipo de Vida? ¿Alguna vez me he sentido “tocado” por el
Señor? ¿Estoy dispuesto a “abrirme”, a salir de mi comodidad y de mis miedos,
viviendo en santidad para poder ser testigo, discípulo y apóstol, como el Señor
nos pide?
Cuando empezamos a notar que físicamente nos vamos quedando sordos, acudimos al médico para empezar a ponerle remedio. Si descubrimos en nosotros algún grado de “sordera” respecto a Dios, acudamos también a nuestro “Médico”, Jesús: apartémonos de los “ruidos cotidianos” para encontrarnos con Él, dejémonos “tocar” por Él a través de la oración, de su Palabra, de otras personas, para dejar de estar “mudos”, y respondamos abriéndonos sin miedo a la misión que el Señor nos encomienda de ser testigos, de palabra y de obra, de su presencia entre nosotros.