Domingo, 9 de julio de 2023
PRIMERA LECTURA:
“Mira a tu rey que viene a ti pobre” (Zacarías 9, 9-10)
SALMO:
“Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey” (Salmo 144)
SEGUNDA LECTURA:
“Si con el Espíritu dais muerte a las obras del cuerpo, viviréis” (Romanos 8, 9.11-13)
EVANGELIO:
“Soy manso y humilde de corazón” (Mateo 11, 25-30)
En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera».
CANSANCIOS, AGOBIOS Y DESCANSO
VER.-
La gran mayoría de personas adultas, salvo las que son muy inconscientes e irresponsables, podríamos hacer una lista, a veces larga, de temas, personas y situaciones que nos provocan cansancio y agobio, ya sea por temas personales, familiares, afectivos, laborales, económicos, políticos… Aunque algunos de esos elementos pueden desaparecer más o menos tarde, pero muchos permanecerán ahí, porque no tienen solución. Por eso, la experiencia nos demuestra que, con el paso del tiempo, esa lista no decrece sino aumenta. Y sentimos que esa lista cada vez nos pesa más, el día a día se hace cada vez más duro, y quisiéramos poder “descansar”.
JUZGAR.-
El cansancio y el agobio es una experiencia que, por diferentes motivos y con diferentes manifestaciones, ha acompañado al ser humano desde siempre. Por eso Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, hoy nos ha dicho: Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas. Cuando escuchamos estas palabras, brota en nosotros el deseo de que eso se produzca, y nos acercamos más al Señor, cuidamos la oración, la Eucaristía… pero todo sigue como antes y no acabamos de experimentar ese alivio y descanso que Él nos asegura, y nos sentimos desesperanzados.
Pero quizá es que estamos esperando que el Señor “haga un milagro” y desaparezca eso que nos produce cansancio y agobio. O quizá es que estamos afrontándolo mal, con rabia y rebeldía, sin recordar que hay situaciones que “son así” y hay que aceptarlas como son.
Por eso, el Señor nos ha dado la clave: Tomad mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón… El Señor no nos dice que nos quitará esa lista de cansancios y agobios; el Señor nos dice que aprendamos de Él a afrontarlos, con mansedumbre y humildad, y entonces sí experimentaremos alivio y descanso para nuestra alma.
Y de nuevo escuchamos eso de “mansedumbre y humildad” y nos suena mal, porque lo identificamos con una actitud fatalista, con esa mal llamada “resignación cristiana”, que en la práctica se traduce en: “Aguántate, qué le vamos a hacer, te ha tocado a ti…”
Pero no es eso lo que Jesús nos pide: su mansedumbre y humildad no son actitudes fatalistas ni resignadas, no son sinónimo de debilidad sino de confianza en Dios, sin dejarnos arrastrar por la rabia y la rebeldía.
Para poder vivir los cansancios y agobios con “su” mansedumbre y humildad, san Pablo nos ha dicho: Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales. Normalmente interpretamos este texto como referido sólo a nuestra resurrección tras la muerte física; pero no olvidemos que esa resurrección ya ha comenzado. El Espíritu es quien ya desde ahora “da vida” a nuestros cuerpos mortales que sufren cansancio y agobio, dándonos sus dones para que esos cansancios y agobios los podamos afrontar como el mismo Espíritu de Jesús, con verdadera mansedumbre y humildad y, entonces, sí que experimentemos alivio y descanso.
Sin olvidar que hay que seguir cargando con el yugo porque lo que nos provoca cansancio y agobio no va a desaparecer; pero por la fuerza del Espíritu del Señor será llevadero, hasta que alcancemos el descanso pleno cuando lleguemos junto al Señor.
ACTUAR.-
¿Qué elementos contiene mi lista de “cansancios y agobios”? ¿Me pesan más cada vez? ¿Producen en mí sentimientos de rabia, rebeldía, “resignación”…? ¿Qué pienso cuando escucho al Señor decir: Venid a mí…? ¿Encuentro alivio y descanso en Él? ¿Pido al Espíritu que me enseñe a ser manso y humilde de corazón, como Jesús, y así encontrar descanso para mi alma?
No nos faltan motivos para experimentar cansancio y agobio, pero el Señor nos acompaña. Él cargó primero con el yugo y nos ha dado su Espíritu, que habita en nosotros, para que no nos sintamos desesperanzados, aprendiendo de Él y dándonos vida ya desde ahora.