martes, 31 de marzo de 2015

NO DESPRECIEMOS LA RELIGIOSIDAD POPULAR. HAY QUE EVANGELIZARLA

Terminamos el tiempo de Cuaresma, que nos ha ido preparando a la celebración de la Pascua: Los misterios de la pasión, muerte y resurrección del Señor, centro del año litúrgico.
Junto a las celebraciones litúrgicas de la Semana Santa, también se dan cita un conjunto de manifestaciones de religiosidad popular que ocupan días y noches de la semana, especialmente del Triduo Pascual, y llenan las calles de habitantes de innumerables ciudades y pueblos.
Es verdad que muchos pensaban que el influjo de la progresiva secularización de la sociedad y de la cultura, y las reformas emprendidas del Concilio Vaticano II, debilitarían el fervor del pueblo, protagonista de estas manifestaciones o reducirían, al menos, su presencia el interior de los templos. Pero no ha sido así.
Es cierto que la Semana Santa se ha convertido para muchos en ocasión de un largo puente festivo, unas breves vacaciones de primavera con millones de desplazamientos a la playa, o a los pueblos de origen de los habitantes a muchas ciudades.
Las mismas comunidades parroquiales lamentamos que feligreses que han participado en las actividades cuaresmales, se dispersen después para la celebración de la Pascua.
Pero hay que, reconocer, con toda verdad, que muchos de los que acudían a las celebraciones de la propia comunidad se hacen presentes en las de los lugares a los que se desplazan y que otros muchos de los que no acuden a las liturgias parroquiales, asisten a las manifestaciones de la religiosidad popular y hasta toman parte activa en ellas.
Son muchos los que miran sospechosos estas manifestaciones de la religiosidad popular, tachándolas de folklóricas, unas manifestaciones de cultura popular sin valor religioso, o incluso de prácticas que rayan la superstición.
¿Son verdaderas estas apreciaciones? La religiosidad popular, a pesar de su ambigüedad, si ha conseguido calar en lo más hondo del pueblo, produciendo emociones, pasión y afecto, manifestados y fomentados corporalmente en densos silencios, movimientos acompasados, músicas y cantos desgarrados y lágrimas emocionadas. Esto no es ciertamente lo más importante, pero para mucha gente sencilla la emoción ante los pasos de una procesión puede ser “atrio” (lugar), o suelo en el que venga a nacer o crecer la fe.

Os deseamos una Piadosa y Santa Semana.

BAUTISMO DEL SEÑOR