ILUMINAR AL MUNDO CON NUESTRA VIDA
El pasado Domingo, día 2, celebrábamos la Presentación del Señor, la
fiesta de la Candelaria, una fiesta de la luz. Hoy, Jesús de Nazaret nos emplaza a
que llevemos su luz a todos aquellos que están lejos de la luz, y viven en la tiniebla. Y nos dice, además, que si Él es la luz que guía nuestras vidas, nosotros debemos ser luz para todo aquel que está en la oscuridad. Añade una buena receta: que seamos sal para que nuestra fe, llena de sabor, atraiga a todos.
1.- El tercer Isaías se encuentra con varias dificultades grandes a la vuelta del
destierro: la crisis de esperanza, el culto de los ídolos, una división exacerbada y
el desprecio de los extranjeros establecidos en Israel. Señala que toda reconstrucción debe tener en cuenta la dimensión social: no puede haber fe en el Dios
de Israel sin la justicia del país. Principio claro y aplicable a nuestros días…. La
promesa de Dios es clara: la verdadera restauración vendrá cuando el creyente
colabore en la restauración de su hermano.
2.- ¿Qué hacemos con la luz que el amor de Dios nos regala? Cuando Jesús nos
dice en este evangelio que "alumbre así vuestra luz a los hombres" está hablando de la lámpara de nuestro corazón, que se manifiesta en las buenas obras. La
luz es para el otro. Con ella se ve, se puede caminar, ocultarla no tiene sentido.
¿Qué hacemos con la luz que el amor de Dios pone en nuestro corazón? Si la
guardamos para nosotros termina apagándose, es como meterla debajo de la
cama. Cada gesto de amor de una madre, cada gesto abnegado de los jóvenes
que visitan a los ancianos en las residencias, encienden el corazón de las personas y hacen que ellas sean capaces de encender a los demás.
3.- “Que vean nuestras buenas obras". La sal sirve para conservar y para dar
sabor. Para ello debe dejar el salero y disolverse en los alimentos. Así debe ser el
cristiano: conservar la fe que ha recibido para transmitirla a los demás, deshacerse en favor del otro, darse por entero saliendo de sí mismo. Así podrá alegrar
y dar sabor a este mundo. Debemos preguntarnos si como cristianos transmitimos optimismo y vida o más bien tristeza y malhumor.
También debemos preguntarnos si con nuestra forma de vivir somos
transformadores de la sociedad en que vivimos. El principal problema de la humanidad es la pobreza: la miseria material de masas de indigentes y la pobreza
espiritual de tantas personas miserables que no saben compartir su riqueza material. Sólo nuestro testimonio será creíble si somos consecuentes en nuestra
manera de actuar para que los alejados "vean nuestras buenas obras". Obremos,
dice San Agustín, en su comentario a este evangelio, "de tal manera que busquemos la gloria de Dios en quienes nos vean y nos imiten, y caigamos en la cuenta
de que si él no nos hubiera hecho así, nada seríamos". Porque está claro que el
mejor testimonio es nuestra propia vida