lunes, 3 de mayo de 2021

V DOMINGO DE PASCUA

 “EL QUE PERMANECE EN MÍ Y YO EN ÉL, ÉSE DA FRUTO ABUNDANTES”

2 de mayo de 2021 (V Domingo de Pascua)

Hechos 9, 26-31 ● “Les contó cómo había visto al Señor en el camino”

Salmo 21 ● ”El Señor es mi alabanza en la gran asamblea”

1 Juan 3, 18-24 ● “Este es su mandamiento: que creamos y nos amemos”

Juan 15, 1-8 ● “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante”

 

«Yo soy la vid verdadera y mi Padre el viñador. Él corta todos los sarmientos que no dan fruto en mí, y limpia los que dan fruto para que den más. Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he dicho. Seguid unidos a mí, que yo lo seguiré estando con vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no está unido a la vid, así tampoco vosotros si no estáis unidos a mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece unido a mí y yo en él, da mucho fruto; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no está unido a mí se lo echa fuera, como a los sarmientos, que se los amontona, se secan y se los prende fuego para que se quemen. Si estáis unidos a mí y mis enseñanzas permanecen en vosotros, pedid todo lo que queráis y se os concederá». «Mi Padre es glorificado si dais mucho fruto y sois mis discípulos.

Juan 15, 1-8

“QUE QUEDE BIEN CLARO”

VER.-

Aunque muchos no vivamos en un ambiente rural, hay términos agrícolas que nos resultan familiares, y uno de ellos es el de la poda, que consiste en cortar las ramas superfluas de los árboles, vides y otras plantas. La poda puede realizarse con varios fines: eliminar la vegetación sobrante, quitar las ramas dañadas, facilitar el crecimiento, aumentar los frutos… y en general se recomienda que la poda se realice durante el otoño o el invierno, ya que así se estimula el desarrollo del árbol al llegar la primavera. Pero no sólo en agricultura: la palabra podar también se emplea cuando nos referimos a eliminar de algo ciertas partes o aspectos por considerarlos innecesarios o negativos.

JUZGAR.-

En la 1ª lectura hemos escuchado que la Iglesia gozaba de paz en toda Judea, Galilea y Samaría. Se iba construyendo y progresaba en la fidelidad al Señor y se multiplicaba animada por el Espíritu Santo. Al oír estas palabras y contrastarlas con la actual realidad de la Iglesia, sentimos una cierta envidia y añoranza.

Porque, salvo pocas excepciones, desde hace bastante tiempo la Iglesia está en una situación de “invierno”: la participación en la Eucaristía dominical va a la baja; no hay relevo para los cristianos comprometidos en tareas eclesiales; hay una fuerte crisis de vocaciones al sacerdocio ministerial y las de especial consagración en órdenes religiosas o institutos seculares; algunos escándalos provocados por miembros de la Iglesia han provocado que, en general nada que suene a “Iglesia” tenga buena prensa, y se aceptan fácilmente noticias y bulos; lo más normal es que en medios de comunicación, películas o series de televisión se presente una imagen negativa de la Iglesia. Y no faltan quienes añoran tiempos pasados en los que parecía que todo marchaba como en la 1ª lectura.

Pero si repasamos la historia de la Iglesia en esos primeros años de andadura, comprobaremos que “al principio los seguidores de Jesús eran bien vistos por todo el pueblo, pero muy pronto la predicación de los apóstoles y el testimonio de vida de los creyentes desatan las sospechas y las persecuciones, cada vez más violentas” (“Ser cristianos en el corazón del mundo, tema 17-II). Sin embargo, esa “poda” que supusieron las distintas persecuciones hizo que “brotaran, en todas las iglesias locales, muchísimos cristianos maduros, con una fe sólida y un compromiso evangélico muy serio. Seguramente en ningún otro siglo de la historia de la Iglesia ha brotado un plantel de cristianos de una calidad de fe tan honda. La fe de nuestros hermanos cristianos del siglo III fue probada a sangre y fuego. Y la fe salió purificada y brillante de aquel ambiente adverso y hostil“. (“Ser cristianos en el corazón del mundo, tema 18).

Por eso, en el contexto actual y en este tiempo de Pascua, las palabras de Jesús en el Evangelio cobran especial importancia: Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento mío que no da fruto lo poda para que dé más fruto. Este “invierno de la Iglesia” que estamos atravesando es el momento apropiado para dejarnos podar por el Padre para dar más fruto del que ahora estamos dando, porque la Iglesia existe para evangelizar y estamos en un tiempo de nueva evangelización.

Es el momento de identificar la “vegetación sobrante”, cuántas actividades, costumbres, ideas… se han ido acumulando en la vida de la Iglesia, que pueden resultar “vistosas” pero no dan fruto.

También tenemos “ramas dañadas”, infidelidades y escándalos que provocan frutos muy amargos.

La poda tiene como objetivo facilitar el crecimiento: si apartamos lo sobrante y lo dañado, podremos dedicar más tiempo y esfuerzo a lo que hace crecer cristianos maduros y corresponsables en la Iglesia, y de ese crecimiento vendrán los frutos que el Padre espera de nosotros.     

 ACTUAR.-

Pero la “poda de invierno” de la Iglesia pasa por la poda que el Padre quiere hacer también en cada uno de nosotros. Las palabras de Jesús nos interpelan individualmente: ¿Qué frutos estoy dando como cristiano? ¿Qué es lo que me sobra en mi vida porque está impidiéndome dar más fruto? ¿Qué partes dañadas, qué heridas espirituales tengo, qué desesperanzas me están amargando y amargan a otros? ¿Qué hago para crecer, para ser un cristiano maduro que dé frutos?

Aunque estemos en un “invierno” personal y eclesial, vivámoslo como una oportunidad para dejarnos podar por el Padre para dar mejor fruto en la misión evangelizadora. Como escribió el Papa Francisco en “Christus vivit” 200: “tampoco sirve «que nos sentemos a añorar tiempos pasados; hemos de asumir con realismo y amor nuestra cultura y llenarla de Evangelio. Somos enviados hoy para anunciar la Buena Noticia de Jesús a los tiempos nuevos. Hemos de amar nuestra hora con sus posibilidades y riesgos, con sus alegrías y dolores, con sus riquezas y sus límites, con sus aciertos y sus errores»”. (Eduardo Pironio, Encuentro Nacional de Jóvenes septiembre 1985).