“DEJÁNDOLO TODO, LO SIGUIERON”
6 de febrero de 2022 (V Domingo del tiempo ordinario)
PRIMERA LECTURA:
“Aquí estoy, mándame” (Isaías 6, 1-2a.3-8)
SALMO:
”Delante de los ángeles tañeré para Ti, Señor” (Salmo 137)
SEGUNDA LECTURA:
“Predicamos así, y así lo creísteis vosotros” (1 Corintios 15, 1-11)
EVANGELIO:
“Dejándolo todo, lo siguieron” (Lucas 5, 1-11)
Mientras la gente se agolpaba en torno a él para oír la palabra de Dios, él estaba junto al lago de Genesaret y vio dos barcas situadas al borde del lago. Los pescadores habían bajado a tierra y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que la separase un poco de la tierra. Se sentó en ella, y enseñaba a la gente desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro y echad vuestras redes para la pesca». Simón le respondió: «Maestro, hemos estado trabajando toda la noche y no hemos pescado nada, pero ya que tú lo dices, echaremos las redes». Así lo hicieron, y pescaron tan gran cantidad de peces que casi se rompían las redes. Hicieron señas a sus compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían. Al ver esto Simón Pedro, cayó a los pies de Jesús, diciendo: «Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador». Y es que tanto él como sus compañeros habían quedado pasmados ante la pesca realizada; y lo mismo Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Jesús dijo a Simón: «No tengas miedo; desde ahora serás pescador de hombres». Ellos llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo y lo siguieron.
VER.-
Durante siglos, algunos sectores han promovido una “espiritualidad” basada en el desprecio de uno mismo, como si fuera una “virtud”. Así, en la “Imitación de Cristo” encontramos capítulos titulados “Poca estima de uno mismo”, “La miseria humana”, “Baja estima de uno mismo ante Dios”, con frases como: “gran perfección es el no tenerse uno en nada; infúndeme fuerza para que no me domine esta carne miserable…” Y santa Catalina de Siena se refiere a sí misma como “miserable, que tanto ofendí a tu Majestad,” y pide a Dios “que te apiades de tus miserables criaturas”. Estas frases y otras muchas, que se han propuesto como “modelos” sin explicar su verdadero sentido, han provocado que muchos cristianos tengan la certeza de que, cuanto más nos auto despreciemos y peor nos consideremos, más nos acercaremos a Dios. Pero también ha provocado el “efecto rebote”: que muchos se aparten de la fe cristiana porque no comprenden ni comparten que Dios quiera que nos auto despreciemos de ese modo.
JUZGAR.-
No podemos negar que somos pecadores, por supuesto; ni tampoco que, ante Dios, somos “nada”. Pero junto a esta realidad hemos de recordar que nuestra “nada” es amada infinitamente por Dios, hasta el punto de que ha querido hacerse uno de nosotros, se ha hecho “carne”. Y si Dios asume una carne como la nuestra, es que el ser humano no es tan “miserable” como algunos han dicho y dicen.
Urge, pues, recuperar y anunciar una sana espiritualidad, en la cual nos situemos correctamente ante Dios, sabiéndonos criaturas, sabiéndonos pecadores y frágiles, pero sin auto despreciarnos, sino sabiéndonos y sintiéndonos amados infinitamente por Él.
Y la Palabra de Dios, en este domingo, nos ofrece varias pistas al respecto. Hemos visto tres ejemplos, uno en cada lectura, de la reacción del ser humano al encontrarse ante Dios. En la 1ª lectura, Isaías exclama: ¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros, he visto al Señor… En la 2ª lectura, san Pablo reconoce: no soy digno de ser llamado apóstol, porque he perseguido a la Iglesia de Dios. Y, en el Evangelio, Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo: “Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador”.
Es cierto que, cuando realmente nos encontramos ante Dios, también nos “vemos” realmente, sin las máscaras y disimulos con las que ocultamos, a nosotros y a los demás, nuestra fragilidad y pecado. Y esto nos provoca remordimiento, culpabilidad, desagrado de nosotros mismos, miedo ante Dios… Pero no debemos quedarnos atascados en esto sentimientos para “que Dios se apiade de nosotros”, porque Él no quiere eso. En la 1ª lectura se le dice al profeta: Al tocar esto tus labios, ha desaparecido tu culpa, está perdonado tu pecado; san Pablo dice: Por la gracia de Dios soy lo que soy; y Jesús dice a Pedro: No temas… Dios no nos quiere humillados, ni que nos auto despreciemos ante su grandeza. Al contrario, Él manifiesta su grandeza viniendo a nosotros con su perdón y su gracia, para que recuperemos la dignidad que Dios nos ha dado: somos hijos suyos, y así vivamos y actuemos como tales.
La conciencia de la grandeza de Dios y de nuestra pequeñez, incluso de nuestro pecado, no es una llamada al auto desprecio sino, al contrario, es un impulso, una invitación del Señor a “levantarnos” para ser discípulos misioneros y anunciar cómo es Él realmente y cómo actúa con nosotros.
Así, en la 1ª lectura, el Señor pregunta: ¿A quién enviaré? ¿Y quién irá por nosotros? Y el profeta responde: Aquí estoy, mándame; Jesús dice a Pedro: desde ahora serás pescador de hombres. Y, dejándolo todo, lo siguieron; y san Pablo dice: su gracia para conmigo no se ha frustrado en mí. Antes bien, he trabajado más que todos ellos.
ACTUAR.-
¿He vivido o vivo esa falsa espiritualidad del auto desprecio? ¿Creo realmente que así me acerco más a Dios? ¿Conozco a alguien que se haya apartado de la fe por creer que para ensalzar a Dios hay que despreciar al ser humano? Aunque soy pecador, ¿me siento amado infinitamente por Dios? ¿Me siento llamado y enviado por Dios a ser discípulo misionero, como Isaías, Pablo y Pedro?
No confundamos la humildad, que es una virtud necesaria para ser discípulos misioneros, con la humillación y el auto desprecio. Ojalá, con humildad pero con confianza, hagamos nuestras las palabras de san Pablo: por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no se ha frustrado en mí, y trabajemos como pescadores de hombres, para manifestar de palabra y de obra el verdadero rostro de Dios, cuya gloria no necesita nuestro auto desprecio sino, como dijo san Ireneo: “la gloria de Dios es el hombre viviente”.