sábado, 31 de diciembre de 2022

MARÍA, MADRE DE DIOS

ENCONTRARON A MARÍA Y A JOSÉ Y AL NIÑO; AL CUMPLIRSE LOS OCHO DÍAS LE PUSIERON POR NOMBRE JESÚS

Domingo 1 de enero de 2023

PRIMERA LECTURA:

“Invocarán mi nombre los israelitas y yo los bendeciré” (Números 6, 22-27)

SALMO:

“El Señor tenga piedad y nos bendiga” (Salmo 66)

SEGUNDA LECTURA:

“Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer” (Gálatas 4, 4-7)

EVANGELIO:

“Encontraron a María y a José y al Niño; al cumplirse los ocho días le pusieron por nombre Jesús” (Lucas 2, 16-21)

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño. Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.

Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.

LA BENDICIÓN DE DIOS

VER.-

A menudo circulan por internet mensajes e imágenes en las que se expresan deseos de recibir o de dar una “bendición”: a veces se nombra a Dios, pero otras veces no, sólo se habla de “bendiciones”. En el mundo secularizado en que vivimos, se ha perdido en su mayor parte el sentido de los signos de la presencia de Dios, y uno de esos signos es la bendición. Es verdad que muchas veces se confunde la bendición con una especie de acción mágica y con supersticiones, como si la bendición fuera un escudo protector contra el mal, pero por eso precisamente es una llamada a redescubrir y recuperar el verdadero sentido, el sentido cristiano, de la bendición.

JUZGAR—

La palabra “bendición” procede del latín benedicere, “decir bien”. Y en este primer día del año, lo primero que la Palabra de Dios nos ofrece en la primera lectura es una bendición: ésta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”.

La bendición en la Biblia no es algo abstracto, como un simple buen deseo, sino que es una invocación dirigida a Dios para que socorra a alguien o al pueblo entero en las dificultades. Y, puesto que se dirige a Dios, la bendición tampoco son “palabras mágicas” que actúan por sí solas, sino que su eficacia depende de la fe en Dios, tanto de quien la pide como de quien la recibe.

El libro litúrgico del “Bendicional” nos recuerda que la fuente y origen de toda bendición es Dios quien, aunque el ser humano se haya apartado de Él, cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial, como hemos escuchado en la 2ª lectura.

El Hijo de Dios hecho hombre y nacido de mujer, como nosotros, es la máxima bendición que el Padre puede darnos, porque por Él ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios. Éste es el Misterio de amor que estamos contemplando durante el tiempo de Navidad. Y nosotros hemos recibido la bendición que es Cristo por medio de la Iglesia, que de diversas formas nos lo da a conocer, y una de esas formas son las bendiciones.

Como las bendiciones se apoyan en la Palabra de Dios y requieren la fe, bien entendidas ayudan a crecer en la vida nueva que Cristo nos trae: ofrecen la ocasión de alabar a Dios por Cristo en el Espíritu Santo, de invocarlo y darle gracias, en las diversas circunstancias y actividades de la vida.

Y en ese primer día del año, la bendición que hemos escuchado termina con un deseo de paz. Hoy se celebra la Jornada Mundial de la Paz, con el lema “Nadie puede salvarse solo”, y que este año cobra un carácter particular debido a la guerra en Ucrania, porque “se cobra víctimas inocentes y propaga la inseguridad, no sólo entre los directamente afectados, sino de forma generalizada e indiscriminada hacia todo el mundo”.

A partir de ese lema, el Papa nos recuerda que “es urgente que busquemos y promovamos juntos los valores universales que trazan el camino de la fraternidad humana”, y nos invita “a volver a poner la palabra ‘juntos’ en el centro. Es juntos, en la fraternidad y la solidaridad, que podemos construir la paz, garantizar la justicia y superar los acontecimientos más dolorosos”, porque “sólo la paz que nace del amor fraterno y desinteresado puede ayudarnos a superar las crisis personales, sociales y mundiales”.

ACTUAR.-

La paz, como la bendición, no puede quedarse en un simple deseo. “¿Qué se nos pide, entonces, que hagamos? En primer lugar, dejarnos cambiar el corazón, permitir que Dios transforme nuestros criterios habituales”. Y, puesto que “Nadie puede salvarse solo”, “debemos concebirnos a la luz del bien común, con un sentido comunitario, como un ‘nosotros’ abierto a la fraternidad universal. No podemos buscar sólo protegernos a nosotros mismos; es hora de que todos nos comprometamos con nuestra sociedad y nuestro planeta, creando las bases para un mundo más justo y pacífico. Estamos llamados a afrontar los retos de nuestro mundo con responsabilidad y compasión”.

Como María, que conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón, a nosotros la contemplación de la bendición de Dios que es su Hijo hecho hombre nos debe llevar desear la bendición de Dios sobre este mundo y a orar por la paz, porque orar por la paz es anunciar a Cristo, el Príncipe de la Paz, y sólo desde el amor infinito manifestado en Cristo “podremos construir un mundo nuevo y ayudar a edificar el Reino de Dios, que es un Reino de amor, de justicia y de paz”.