viernes, 14 de abril de 2023

II DOMINGO DE PASCUA

Domingo II de Pascua  16 de abril de 2023

PRIMERA LECTURA:

“Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común” (Hechos 2, 42-47)

SALMO:

“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Salmo 117)

SEGUNDA LECTURA:

“Mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva” (1 Pedro 1, 3-9)

EVANGELIO:

“A los ocho días llegó Jesús” (Juan 20, 19-31)

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto».

Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.

VER.-

Hace una semana que estamos celebrando la Resurrección del Señor. Desde entonces estamos escuchando el anuncio del ángel: ¡Ha resucitado!, nos llegan mensajes sobre la alegría de la Pascua, vemos o escuchamos a creyentes que hablan con entusiasmo sobre la alegría de la Resurrección… Pero quizá descubramos que ese mensaje no provoca en nosotros la reacción que vemos en otros. Afirmamos creer en la Resurrección pero no experimentamos ese entusiasmo y nos sentimos “fuera” de todo ese torbellino pascual, porque por muchos testimonios que escuchemos afirmando la Resurrección de Jesús, parece que eso no es suficiente para nosotros, no lo acabamos de creer.

JUZGAR.-

Como decíamos el domingo pasado, la Resurrección de Jesús no fue algo evidente, el sepulcro vacío no es suficiente prueba, ni tampoco los testimonios de los discípulos: hace falta el encuentro personal con Jesús Resucitado. Por eso, el Evangelio del segundo domingo de Pascua nos presenta a Tomás, al que tradicionalmente se le ha llamado despectivamente “el incrédulo”. Pero la mayoría de nosotros nos identificamos fácilmente con Tomás, porque también somos incrédulos.

 Tomás no ha sido uno de los discípulos “destacados” (como Pedro, Santiago y Juan), pero tampoco ha sido un discípulo casi anónimo como otros del grupo de los Doce. De hecho, él se muestra decidido y con iniciativa cuando, al conocer la muerte de Lázaro y que Jesús va a ir a su encuentro a pesar de las amenazas dijo, a los demás discípulos: Vamos también nosotros y muramos con él (Jn 11, 16), dispuesto a compartir la suerte de Jesús.

 Tampoco se conforma con recibir la enseñanza de Jesús de un modo pasivo, sino que tiene inquietud por conocer mejor y profundizar en lo que Jesús les enseña. Así lo vemos durante la Última Cena, cuando Jesús les dice: adonde yo voy, ya sabéis el camino. Y Tomás le dice: Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino? (Jn 14, 4-5).

 

Pero para él, como para el resto de discípulos, la muerte de Jesús en la cruz ha supuesto un duro golpe: todos sus esquemas y expectativas han quedado destrozadas en la cruz, todo ha terminado y de mala manera, y por eso opta por separarse del grupo de los discípulos. De ahí que, cuando los otros le van diciendo: hemos visto al Señor, él responda muy comprensiblemente: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.

 No podemos reprochar a Tomás su incredulidad porque en él podemos ver reflejada la experiencia de muchos de nosotros: la mayoría no somos “discípulos destacados” en la vida de la Iglesia, pero tampoco nos limitamos a “venir a Misa”, cumplir y marcharnos. Como Tomás, tenemos inquietudes e iniciativas, queremos profundizar en el mensaje de Jesús, y por eso participamos en las actividades de la parroquia, somos acompañantes, voluntarios, miembros de algún grupo de formación o Equipo de Vida, o de alguna asociación o movimiento laical…

 Pero nos encontramos con experiencias y situaciones, personales o de otros, que chocan con eso que afirmamos creer y que acaban rompiendo nuestros esquemas, nuestras expectativas. Surge el desengaño, nos preguntamos para qué ha servido todo, vamos dejando eso en lo que antes participábamos… Y, como Tomás, nos volvemos incrédulos, porque lo que otros nos dicen respecto a la fe no nos sirve: necesitamos “ver y tocar” por nosotros mismos.

 ACTUAR.-

El problema no es ser incrédulos, sino encerrarnos en esa incredulidad. Para salir de ella, necesitamos el encuentro personal con el Resucitado y para eso debemos permanecer abiertos a la posibilidad de que sea cierto lo que otros afirman. Tomás, aunque se ha apartado del grupo de los discípulos, no los rechaza y sigue reuniéndose con ellos el primer día de la semana, el Domingo, porque la Eucaristía dominical es el momento privilegiado en el que Jesús Resucitado se hace presente en quienes nos reunimos en su Nombre, por muy “cerrados” que estemos en nosotros mismos. Hoy, aquí, el Señor también nos dice, como a Tomás: No seas incrédulo, sino creyente. Y ojalá acabe saliendo de nosotros la misma confesión de fe de Tomás, al encontrarse con el Resucitado: ¡Señor mío y Dios mío! para convertirnos, también nosotros, en testigos de su resurrección.