Domingo II de Pascua 16 de abril de 2023
PRIMERA LECTURA:
“Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común”
(Hechos 2, 42-47)
SALMO:
“Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su
misericordia” (Salmo 117)
SEGUNDA LECTURA:
“Mediante la resurrección de Jesucristo de entre los
muertos, nos ha regenerado para una esperanza viva” (1 Pedro 1, 3-9)
EVANGELIO:
“A los ocho días llegó Jesús” (Juan 20, 19-31)
Al anochecer de aquel día, el
primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas
cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les
dijo: «Paz a vosotros». Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y
los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: «Paz a
vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo». Y, dicho esto,
sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les
perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les
quedan retenidos».
Tomás, uno de los Doce, llamado
el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le
decían: «Hemos visto al Señor». Pero él les contestó: «Si no veo en sus manos
la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no
meto la mano en su costado, no lo creo». A los ocho días, estaban otra vez
dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas, se puso en medio y dijo: «Paz a vosotros». Luego dijo a Tomás: «Trae
tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas
incrédulo, sino creyente». Contestó Tomás: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús le
dijo: «¿Porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber
visto».
Muchos otros signos, que no están
escritos en este libro, hizo Jesús a la vista de los discípulos. Estos han sido
escritos para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo, tengáis vida en su nombre.
VER.-
Hace una semana que estamos
celebrando la Resurrección del Señor. Desde entonces estamos escuchando el
anuncio del ángel: ¡Ha resucitado!, nos llegan mensajes sobre la alegría de la
Pascua, vemos o escuchamos a creyentes que hablan con entusiasmo sobre la
alegría de la Resurrección… Pero quizá descubramos que ese mensaje no provoca
en nosotros la reacción que vemos en otros. Afirmamos creer en la Resurrección
pero no experimentamos ese entusiasmo y nos sentimos “fuera” de todo ese
torbellino pascual, porque por muchos testimonios que escuchemos afirmando la Resurrección
de Jesús, parece que eso no es suficiente para nosotros, no lo acabamos de
creer.
JUZGAR.-
Como decíamos el domingo pasado, la Resurrección de Jesús no fue algo
evidente, el sepulcro vacío no es suficiente prueba, ni tampoco los testimonios
de los discípulos: hace falta el encuentro personal con Jesús Resucitado. Por
eso, el Evangelio del segundo domingo de Pascua nos presenta a Tomás, al que
tradicionalmente se le ha llamado despectivamente “el incrédulo”. Pero la
mayoría de nosotros nos identificamos fácilmente con Tomás, porque también
somos incrédulos.
Pero para él, como para el resto de discípulos, la muerte de Jesús en
la cruz ha supuesto un duro golpe: todos sus esquemas y expectativas han
quedado destrozadas en la cruz, todo ha terminado y de mala manera, y por eso
opta por separarse del grupo de los discípulos. De ahí que, cuando los otros le
van diciendo: hemos visto al Señor, él responda muy comprensiblemente: Si no
veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de
los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo.
El problema no es ser incrédulos,
sino encerrarnos en esa incredulidad. Para salir de ella, necesitamos el
encuentro personal con el Resucitado y para eso debemos permanecer abiertos a
la posibilidad de que sea cierto lo que otros afirman. Tomás, aunque se ha
apartado del grupo de los discípulos, no los rechaza y sigue reuniéndose con
ellos el primer día de la semana, el Domingo, porque la Eucaristía dominical es
el momento privilegiado en el que Jesús Resucitado se hace presente en quienes
nos reunimos en su Nombre, por muy “cerrados” que estemos en nosotros mismos.
Hoy, aquí, el Señor también nos dice, como a Tomás: No seas incrédulo, sino
creyente. Y ojalá acabe saliendo de nosotros la misma confesión de fe de Tomás,
al encontrarse con el Resucitado: ¡Señor mío y Dios mío! para convertirnos,
también nosotros, en testigos de su resurrección.