Domingo 13 de octubre de 2024
PRIMERA LECTURA:
"Al
lado de la sabiduría en nada tuve la riqueza” (Sabiduría 7, 7-11)
Lectura del
libro de la Sabiduría.
invoqué y
vino a mí el espíritu de sabiduría.
La preferí a
cetros y tronos
y a su lado
en nada tuve la riqueza.
No la
equiparé a la piedra más preciosa,
porque todo
el oro ante ella es un poco de arena y junto a ella la plata es como el barro.
La quise más
que a la salud y la belleza
y la preferí
a la misma luz,
porque su
resplandor no tiene ocaso.
Con ella me
vinieron todos los bienes juntos, tiene en sus manos riquezas incontables.
Palabra de
Dios.
SALMO:
"Sácianos
de tu misericordia, Señor, y estaremos alegres” (Salmo 89)
R. Sácianos de tu misericordia, Señor, y
estaremos alegres.
ü V. Enséñanos a
calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato. Vuélvete,
Señor, ¿hasta cuándo? Ten compasión de tus siervos. /R
ü V. Por la mañana
sácianos de tu misericordia, y toda nuestra vida será alegría y júbilo. Danos
alegría, por los días en que nos afligiste, por los años en que sufrimos
desdichas. /R
ü V. Que tus
siervos vean tu acción y sus hijos tu gloria. Baje a nosotros la bondad del
Señor y haga prósperas las obras de nuestras manos. Sí, haga prósperas las
obras de nuestras manos. /R
SEGUNDA LECTURA:
"La
Palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del corazón” (Hebreos 4, 12-13)
Lectura de
la carta a los Hebreos.
Hermanos: La
palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra
hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga
los deseos e intenciones del corazón. Nada se le oculta; todo está patente y
descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.
Palabra de
Dios.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque
de ellos es el reino de los cielos.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
EVANGELIO:
"Vende
lo que tienes y sígueme” (Marcos 10, 17-30)
+ Lectura del santo
Evangelio según san Marcos.
En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó
uno corriendo, se arrodilló ante él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré
para heredar la vida eterna?». Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No
hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no
cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra
a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde
mi juventud». Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta:
anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el
cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó
triste porque era muy rico. Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
«¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!».
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió:
«Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un
camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de
Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?».
Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para
Dios. Dios lo puede todo». Pedro se puso a decirle: «Ya ves que nosotros lo
hemos dejado todo y te hemos seguido». Jesús dijo: «En verdad os digo que no
hay nadie que haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos
o tierras, por mí y por el Evangelio, que no reciba ahora, en este tiempo, cien
veces más —casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con
persecuciones— y en la edad futura, vida eterna».
Palabra del Señor
¿ACEPTAMOS LA HERENCIA?
VER. -
Una herencia
es el conjunto de bienes, derechos y obligaciones que los herederos reciben al
morir alguien. En principio, heredar es algo bueno, pero en estos años ha
crecido el número de herencias que se rechazan. La principal causa tiene que
ver con los gastos y obligaciones que conlleva aceptar una herencia: en algunos
casos pueden resultar cuantiosos, por lo que hay que tomar una decisión. Y así,
cuando los herederos se ven incapaces de asumir el coste o ven que éste no
compensa el valor de lo que van a recibir, acaban renunciando a dicha
herencia.
JUZGAR. -
Hoy en el Evangelio hemos escuchado que, “cuando salía Jesús
al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodillo ante Él y le preguntó:
«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»” El concepto de ‘herencia’
forma parte de la vida del Pueblo de Israel. Dios había hecho una alianza con
Abrahán, prometiéndole descendencia y tierra, y los descendientes de Abrahán
son los herederos de esa promesa de Dios. En los últimos tiempos, aunque el
Pueblo de Dios haya quedado reducido a un resto, recibirá la tierra en herencia
para siempre.
Con el paso del tiempo, el contenido de esta herencia se
ampliará al plano espiritual, a una vida tras la muerte, prometida por Dios a
los justos. De ahí la inquietud del que se dirige a Jesús: como miembro del
Pueblo de Dios, él se sabe heredero de esa promesa; además, su riqueza le da
seguridad porque en la sociedad judía de la época, la riqueza era vista como
una bendición de Dios y un signo de su favor. Pero también sabe que sólo los
justos serán los beneficiarios de la herencia de Dios y, aunque es un buen
cumplidor de los mandamientos (“todo eso lo he cumplido desde mi juventud”),
prefiere asegurarse preguntando al Maestro.
En un primer momento, Jesús le responde que, si sólo quiere
heredar eso que espera, sólo tiene que seguir cumpliendo los mandamientos. Pero
a continuación Jesús le hace ver que está llamado a recibir una herencia mucho
mayor que la esperada por el Pueblo de Israel: Jesús ofrece el Reino de Dios,
una herencia que desborda con creces todo lo que podemos pensar. Pero recibir
esta herencia mayor tiene un coste: “vende lo que tienes, dáselo a los pobres,
así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme”. Y él frunció el ceño
y se marchó triste porque era muy rico. Para este hombre, no le compensa asumir
esos gastos y obligaciones que conlleva heredar lo que Jesús ofrece.
Nosotros, como escribió san Pablo, “somos hijos de Dios; y,
si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo” (Rom
8, 16-17). Y este Evangelio de hoy nos invita a preguntarnos, en primer lugar,
qué esperamos heredar. Podríamos responder, como el personaje del Evangelio:
“la vida eterna”. Y, como él, también creemos que para eso sólo hace falta
cumplir los mandamientos y no aspiramos a más ni nos planteamos nada más. Esto
tiene un coste, pero es asumible, y nos conformamos con cumplir unos mínimos
(‘ni robo ni mato’, decimos) para ganarnos el cielo.
Pero Jesús también nos dice que estamos llamados a una
herencia mayor. Él también hoy se nos queda mirando y, con amor, nos dice: “Una
cosa te falta…”. Jesús nos propone un estilo de vida que nos hace ir
disfrutando ya desde ahora, anticipadamente, de esa herencia que recibiremos en
plenitud: el Reino de Dios, que supera todo lo imaginable. Pero heredar el
Reino de Dios tiene un coste y unas obligaciones: vivir desde la entrega, el
servicio, la austeridad… y todo con amor.
Por eso, este Evangelio también nos hace preguntarnos: ¿Estoy
dispuesto a aceptar esta herencia? ¿Me compensa lo que voy a recibir con los
‘gastos’ que conlleva este estilo de vida de Jesús?
ACTUAR. -
¿Conozco a alguien que haya tenido que renunciar a una
herencia? ¿Cómo se sintió? ¿Estoy dispuesto a aceptar la herencia del Reino?
¿Cómo me sentiría si la rechazase, por los ‘costes’? Según san Marcos (1, 15),
la predicación inaugural de Jesús fue: “está cerca el Reino de Dios”. Por Él,
somos también hijos de Dios, y estamos llamados a heredar ese Reino (“Venid
vosotros, benditos de mi Padre; heredad el Reino preparado para vosotros…”. Mt
25, 34). Aceptemos con amor y agradecimiento esta herencia y, si los ‘costes’
nos parecen inasumibles, pongámonos en sus manos con confianza porque, como Él
también ha dicho: “Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede
todo”.