sábado, 11 de octubre de 2025

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Domingo 12 de octubre de 2025

 

PRIMERA LECTURA:

"Volvió Naamán al hombre de Dios y alabó al Señor’” (2 Reyes 5, 14-17)

Lectura del segundo libro de los Reyes.

En aquellos días, el sirio Naamán bajó y se bañó en el Jordán siete veces, conforme a la palabra de Eliseo, el hombre de Dios. Y su carne volvió a ser como la de un niño pequeño: quedó limpio de su lepra. Naamán y toda su comitiva regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios. Al llegar, se detuvo ante él exclamando: «Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel. Recibe, pues, un presente de tu siervo». Pero Eliseo respondió: «Vive el Señor ante quien sirvo, que no he de aceptar nada». Y le insistió en que aceptase, pero él rehusó. Naamán dijo entonces: «Que al menos le den a tu siervo tierra del país, la carga de un par de mulos, porque tu servidor no ofrecerá ya holocausto ni sacrificio a otros dioses más que al Señor».

Palabra de Dios.

 

SALMO:

"El Señor revela a las naciones su salvación” (Salmo 97)

R.  El Señor revela a las naciones su salvación.

V.  Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. Su diestra le ha dado la victoria, su santo brazo. /R. 

 

V.  El Señor da a conocer su salvación, revela a las naciones su justicia. Se acordó de su misericordia y su fidelidad en favor de la casa de Israel. /R. 

 

V.  Los confines de la tierra han contemplado la salvación de nuestro Dios. Aclama al Señor, tierra entera; gritad, vitoread, tocad. /R. 

SEGUNDA LECTURA:

"Si perseveramos, también reinaremos con Cristo” (2 Timoteo 2, 8-13)

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo.

Querido hermano: Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, nacido del linaje de David, según mi evangelio, por el que padezco hasta llevar cadenas, como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada. Por eso lo aguanto todo por los elegidos, para que ellos también alcancen la salvación y la gloria eterna en Cristo Jesús. Es palabra digna de crédito: Pues si morimos con él, también viviremos con él; si perseveramos, también reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará. Si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede negarse a sí mismo.

Palabra de Dios.

R.  Aleluya, aleluya, aleluya.

V.  Dad gracias en toda ocasión: esta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús respecto de vosotros.

R.  Aleluya, aleluya, aleluya.

 

EVANGELIO:

"¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero” (Lucas 17, 11-19)

+  Lectura del santo Evangelio según san Lucas.

Una vez, yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en una ciudad, vinieron a su encuentro diez hombres leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros». Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes». Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús, tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero?». Y le dijo: «Levántate, vete; tu fe te ha salvado».

GRACIAS, DE CORAZÓN.

VER. –

La expresión “gracias a Dios” se utiliza en general para expresar un sentimiento de alegría o alivio por algo que ha sucedido. En una oficina, una persona llevaba toda la mañana intentando solucionar un problema; cuando al final lo consiguió, exclamó juntando sus manos: “¡Gracias, Dios mío!” Algunos compañeros se extrañaron y burlaron al oírla, porque se notaba que no había sido una simple frase hecha, sino que lo había dicho de corazón: realmente estaba dando gracias a Dios.

 

JUZGAR. –

Hemos escuchado dos ejemplos de dar gracias a Dios de verdad, de corazón. En la 1ª lectura, Naamán el sirio, cuando “quedó limpio de su lepra”, exclamó: “Ahora conozco que no hay en toda la tierra otro Dios que el de Israel”. Y en el Evangelio, el leproso samaritano que había sido curado “se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias”.

Muchas veces, nosotros nos parecemos a los nueve leprosos: olvidamos decir “gracias”, de corazón, a los demás y a Dios. A los demás, porque actuamos dando por hecho que “tienen” que hacer por nosotros lo que hacen, como si fuera un derecho nuestro. Y así no somos capaces de ver ni de valorar los gestos gratuitos de generosidad y de amor que tienen para con nosotros.

Y olvidamos dar las gracias a Dios porque tenemos con Él una relación de tipo comercial: “Te doy para que me des”. Acudimos a Él con nuestras oraciones, ofrendas, donativos… para que nos conceda lo que le pedimos; y, una vez hemos obtenido lo que buscábamos o esperábamos, seguimos nuestro camino, como los nueve leprosos.

Para dar gracias de corazón, a Dios y a los demás, nos hace falta pararnos y volver sobre nuestros pasos, como “Naamán y toda su comitiva que regresaron al lugar donde se encontraba el hombre de Dios”, y como el leproso que, “viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos”. Para ambos, dar las gracias no fue un simple gesto de cortesía, sino el inicio de una nueva vida, gracias a Dios.

 

Hoy se nos invita a pensar en padres, abuelos, amigos, educadores, personas de fe, y otras personas de las que hemos recibido mucho más de lo que implica un simple cumplimiento del deber. Y debemos darles gracias de corazón por todo lo que han hecho por nosotros.

Pero, además, como cristianos, en estas personas reconocemos un reflejo del amor de Dios, y el agradecimiento que sentimos hacia ellas nos ayuda a reconocer la presencia del Señor a nuestro lado. Hoy también se nos invita a pensar en todos los dones que hemos recibido de Dios, y que son eso: dones, regalos; y pensemos en esos momentos y situaciones en los que hemos experimentado la acción de Dios; y, sobre todo, en cómo nos ha “limpiado” de nuestra “lepra”, de nuestro pecado, dándonos la oportunidad de seguir adelante con nuestra vida. Y en ese volver sobre nuestros pasos descubriremos que todo eso lo ha hecho y lo hemos recibido por puro amor suyo, gratuitamente, sin ningún merecimiento por nuestra parte. Y esto es lo que nos llevará a darle gracias de corazón, y a vivir toda nuestra vida con actitud de agradecimiento.

Es necesario saber dar gracias al Señor de corazón, porque la gratitud nos llevará a reconocer y atestiguar su presencia, y también a reconocer y valor la importancia de los demás.

 

ACTUAR. –

¿Somos capaces de saber decir “gracias” de corazón, o lo hacemos superficialmente? ¿Nos decimos “gracias” en la familia, entre los amigos, en la comunidad parroquial, en el trabajo…? ¿Damos gracias de corazón a quien nos ayuda, a quien está cerca de nosotros, a quien nos presta algún servicio, por pequeño que sea? ¿Cuántas veces decimos de corazón: “¡Gracias, Dios mío!”?

Para nosotros, el dar gracias a Dios ha dado nombre al Sacramento más importante: la Eucaristía, que significa acción de gracias. La Eucaristía dominical es el momento para volver sobre nuestros pasos y reconocer la presencia y acción de Dios y de los hermanos, y darles las gracias de corazón.

Que la Eucaristía nos enseñe a ser personas agradecidas, porque eso nos ayudará a ser “Peregrinos de Esperanza”, como nos pide el Jubileo. Seremos portadores de esperanza porque hemos descubierto y damos testimonio de que el Señor se hace presente en nuestra vida para que, como le ocurrió al leproso, por nuestra fe en Él podamos alcanzar la salvación.