Puede que sientas en tu
interior la necesidad de hablar de Dios a tus amigos, a tus compañeros de
trabajo, a tus familiares…, y no te sientas capacitado para ello o que, al
hacerlo, no haya ido bien. Lo más importante es ponerse en las manos de Dios.
El apostolado no es una tarea más, sobre todo es un encuentro con Cristo, que
nos transforma de tal modo, que nos llena tanto, que se desborda y nos lleva,
con naturalidad, a contárselo a todo el que nos rodea. Éstas son algunas pautas
que pueden ayudarte a la hora de hablar de Jesús a los demás:
Alegría
Cuando hay un encuentro
real con Cristo, el corazón se llena de alegría. Y esa alegría «es contagiosa y
grita el anuncio, y ahí crece la Iglesia», explicaba el Papa Francisco durante
la Misa de Acción de Gracias, hace un año, por la canonización de san José de
Anchieta, el evangelizador de Brasil. «La Iglesia no crece por proselitismo,
crece por atracción; la atracción testimonial de este gozo que anuncia
Jesucristo», dijo a continuación el Santo Padre rememorando a su antecesor
Benedicto XVI.
Un católico que se
presenta triste y enfadado ante la vida y ante los que le rodean no atrae a
nadie; al contrario, genera rechazo, necesariamente: ¿Quién va a querer
acercarse a Cristo si tú, que dices que te has encontrado con Él, eres un tipo
triste y aburrido? Ya lo dice el refrán: Un santo triste es un triste santo.
Ejemplo personal
Podremos dar mil
argumentos teológicos muy buenos para intentar convencer a alguien de lo
maravilloso que es acercarse a Cristo y vivir una vida de fe, que, si al
terminar la conversación, te dedicas a despreciar a los que tienes alrededor,
te intentas escaquear del trabajo, o defraudas a la menor ocasión, tus palabras
habrán sido desautorizadas por tus obras. Por eso, «hay que salir con la fuerza
de las obras», pedía el arzobispo de Madrid a los universitarios hace pocas
semanas. «¿Y esto cómo se hace?», preguntó uno de los alumnos que escuchaban.
«Hace muchos años, en
Torrelavega (Cantabria) –contó don Carlos Osoro en aquel encuentro–, yo vivía
con otros cuatro curas. Veía que muchos jóvenes del pueblo de al lado
deambulaban por la calle. Quise atenderles y alquilé una casa para irme a vivir
con todos ellos. Éramos 18 chavales y yo, y con mi sueldo de cura no llegaba
para afrontar todos los gastos. Le pedí permiso al obispo para dar clase en el
instituto y así poder aumentar mis ingresos. Es verdad que, al poco de llegar,
uno de los profesores me dijo: Tú, cura, vete a hacer tus cosas de cura, que
nosotros nos quitaremos un poco de nuestro sueldo y te lo daremos a ti.
Aquellos días, mi mejor pastoral no fue nada de lo que les decía a los jóvenes
con los que vivía, sino las obras, los hechos que ellos veían».
Naturalidad
«Estoy aquí para
quererte/estoy aquí para adorarte/estoy aquí para decirte/que yo también quiero
ser tan natural», decía un muy famoso anuncio de una marca de bebidas. La
naturalidad se hace querer, era el eslogan de aquella campaña. Y es que, cuando
uno es natural, genera atracción, esa atracción de la que nos hablaba el Papa
Benedicto. Por el contrario, lo que no es natural genera rechazo, lo que es
estridente no atrae. Cuando un católico es coherente y vive su vida de fe con
naturalidad ya está ofreciendo un testimonio evangelizador. Sus obras, las que
le salen del corazón, estarán ofreciendo un gran ejemplo para los que le
rodean.
De tú a tú
Paz Matudse quedó a
solas con su compañera de escenario y fue en ese momento, delante de una copa,
cuando le confesó sentirse enamorada de Jesucristo. Los chicos de Fearless!, a
pesar de llegar a cientos de jóvenes, se preocupan por cada uno de ellos.
También Gonzalo Paz se acerca a cada joven, y a cada mendigo, de forma
personal, e invita, uno por uno, a que se acerquen al Señor. Dios llama a todos
los hombres, uno por uno, a cada uno por su nombre. De esta forma Jesús llamó a
los Doce, o se encontró, en el pozo, con la Samaritana. Y esto no es en
detrimento del resto de acciones de evangelización que pueda atender a grandes
multitudes, porque también Jesucristo dio de comer a 5.000 hombres poco antes
de la Pascua judía.
Saber escuchar a
los demás…
…para que luego los
demás te escuchen a ti. «La gente está cansada de sermones. A veces, con sólo
escuchar, ya estamos evangelizando. Muchas veces no es necesario poner mensajes
expresamente religiosos, pero sí una actitud de escucha, ofrecer el testimonio
de vida», explicaba Xiskya, co-fundadora de iMisión, a Alfa y Omega. La actitud
de escucha es fundamental para comprender a la gente y sus circunstancias. La
gente tiene necesidad de ser escuchada, de poder desahogarse con el hermano, de
poder compartir sus miedos y alegrías. También la gente necesita una palabra de
esperanza. Y nosotros necesitamos escuchar a Dios. «Hagamos silencio para
escuchar a Dios», pedía el Papa Francisco en una de sus homilías en Santa
Marta.