Comentario al Evangelio
Hoy nos ofrece el evangelio la curación de un leproso. Según las normas de la época, se trata de un excluido, alguien que se encuentra fuera de la sociedad, pero también de la religión. Está incapacitado para el culto puesto que es considerado impuro. Sin embargo, contra toda norma, el leproso se acerca a Jesús y se arrodilla ante él. Esto, que es un signo del reconocimiento de su señorío, es el único enfermo que lo hace. Desde esta posición de reconocimiento, el leproso habla. Si quieres puedes limpiarme. No duda del poder de Dios, manifestado en Jesús. Simplemente se coloca a merced de la libertad del Señor. Sólo su voluntad se interpone entre el enfermo y su curación.
Hoy nos ofrece el evangelio la curación de un leproso. Según las normas de la época, se trata de un excluido, alguien que se encuentra fuera de la sociedad, pero también de la religión. Está incapacitado para el culto puesto que es considerado impuro. Sin embargo, contra toda norma, el leproso se acerca a Jesús y se arrodilla ante él. Esto, que es un signo del reconocimiento de su señorío, es el único enfermo que lo hace. Desde esta posición de reconocimiento, el leproso habla. Si quieres puedes limpiarme. No duda del poder de Dios, manifestado en Jesús. Simplemente se coloca a merced de la libertad del Señor. Sólo su voluntad se interpone entre el enfermo y su curación.
Veo en esta
presentación de la escena una invitación a la confianza. Señor, si quieres,
puedes. Como también aquel centurión repetimos: “Una palabra tuya bastará para
sanarme”.
Todavía más conmovedora
es la reacción de Jesús. Él no siente ningún rechazo hacia el leproso, sino que
le conmueve el dolor de este hombre. “Quiero, queda Limpio”. Estas son tus
palabras. Pero todavía más expresivo es su gesto. Jesús alarga la mano y toca
al leproso. Jesús no solo acepta la cercanía de los considerados impuros, sino
que alarga su brazo para tocaros. Este tacto de Jesús es fundamentalmente
sanador. Mediante él, expresa su solidaridad profunda para los pequeños y los
pecadores.
En este día en que
tenemos presente a la vez, el día del enfermo y la campaña contra el hambre en
el mundo, me gusta pensar a la Iglesia como ese brazo de Cristo (al fin y al
cabo es su cuerpo) que se alarga para mostrar la compasión de Cristo con todos
los afligidos de nuestro mundo. La Iglesia como esa mano que toca la realidad
de la enfermedad y el hambre, que levanta y consuela, que
sana y dignifica.