lunes, 16 de abril de 2018

DOMINGO III DE PASCUA

COMENTARIO DEL EVANGELIO

Hay una cosa que me llama la atención del sistema judicial español, que creo que es compartido por otros países. Mientras a los acusados no se les exige que digan la verdad, de hecho, ni siquiera se les toma juramento. Los testigos están obligados a decir la verdad sin ocultar nada. Es como si el sistema fuese más exigente para los testigos que para los mismos acusados.
Esta circunstancia me viene a la cabeza cuando escucho en el evangelio la afirmación de Jesús: sois testigos. Y a la vez la asunción de esta misma circunstancia por parte de Pedro en el discurso que recoge la primera lectura: nosotros somos testigos.
También nosotros, a nuestra manera, somos testigos del resucitado, nos encontramos con Él en cada eucaristía, escuchamos su palabra y comprobamos día a día cómo está transformando nuestras vidas. Somos testigos y no tenemos derecho a callar. Estamos “obligados” a ofrecer nuestro testimonio en medio de un mundo que ignora hacia dónde se dirige la historia y que asiste, temeroso y angustiado, a la aparente victoria del mal y de la muerte.
Somos testigos de la victoria del Resucitado. Somos testigos de que la muerte no tiene la última palabra. Estamos llamados a dar razón de nuestra esperanza. Estoy seguro que, hoy como entonces, el Señor se hará presente en medio de nosotros para ratificar con signos nuestras palabras. Él es el testigo fiel y veraz, que ratificó con su vida el nuncio de su amor.