jueves, 27 de diciembre de 2018

FIESTAS QUE NOS AYUDAN A REFORZAR NUESTRA IDENTIDAD DE HIJOS DE DIOS

COMENTARIO DEL EVANGELIO
En la primera lectura de este domingo 4º de Adviento, escuchamos la profecía de Miqueas, que subraya el origen humilde de la ciudad de Belén. A pesar de su pequeñez, Belén es una ciudad importante, pues de ella procede el rey David.
Dios no sólo ha escogido la sencillez por la ciudad en la que ha decidido nacer, sino que también lo vemos en la sencillez de la mujer que ha escogido como Madre de su Hijo. María se reconoce a sí misma como esclava, mujer sencilla en la que Dios se ha fijado para hacer cosas grandes. María es ejemplo para nosotros de sencillez y humildad.
Esa sencillez y humildad es la que queda bien patente en la fiesta de la Navidad, cuando en el Evangelio, San Juan nos dice que La palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. La Navidad es el misterio del amor de Dios que quiere hablarnos personalmente, al corazón de cada uno. Es el misterio de una Palabra tan fuerte, tan de verdad, que se hace carne. Ya lo dijo San Agustín: “Dios se hace un poco más hombre, para que el hombre se haga un poco más Dios”
Esa sencillez y humildad, son las virtudes que Dios espera que se impartan, con el buen ejemplo, en toda familia cristiana.
La familia ha sido y sigue siendo fundamental para cada uno de nosotros, pues de la familia hemos recibido la educación primera y más importante, en ella hemos forjado nuestra propia personalidad, en nuestra familia nos apoyamos cuan-do tenemos alguna necesidad, y en familia celebramos los acontecimientos más importantes de nuestra vida. Pues del mismo modo que para cualquier persona huma-na la familia es importante, Dios, al tomar la condición humana, nace también en una familia. Es hermoso imaginar cómo Jesús, desde su nacimiento, iría educándose y creciendo de la mano de María, su madre, y de san José.
No hay conciencia hoy de la importancia que tiene la familia, y tampoco se favorece que crezca esta importancia en la conciencia de las nuevas generaciones. Hoy no se valora a los ancianos, ni se buscan medidas que protejan a los más pequeños, incluso a los no nacidos. No hay medidas de ayuda a la maternidad, ni a las familias numerosas. No se favorece la conciliación entre el trabajo y la familia. Y así es hoy muy frecuente encontrar familias que sufren, que pasan por crisis a veces muy duras.
Pero no sólo tenemos la familia carnal. Hay otra familia mucho más grande y también muy importante para nosotros: es la familia de la Iglesia. Porque todos somos hijos de Dios por medio de Jesucristo, todos somos también hermanos. Y por tanto, todos los cristianos distribuidos por todo el mundo somos miembros de una misma familia que es la Iglesia.
Y como cualquier familia, la Iglesia también se reúne alrededor de una mesa para celebrar los acontecimientos más importantes y para compartir el día a día de la vida de familia. La mesa alrededor de la cual se reúne la familia de la Iglesia es el altar de la Eucaristía. Cada domingo nos reunimos los cristianos para celebrar lo me-jor que tenemos en nuestra familia: el amor de Dios Padre que se nos manifiesta en el Hijo.
Que todos nosotros, hijos de Dios por Jesucristo, nos sintamos miembros de la familia de la Iglesia, que en ella aprendamos a vivir el amor, a compartir y a ayudarnos mutuamente, viviendo entre nosotros lo que hoy nos enseña la Sagrada Familia de Nazaret.

DOMINGO IV DE PASCUA