COMENTARIO AL EVANGELIO
ACOJAMOS LA ESPERANZA EN NUESTRA VIDA
En este primer domingo de Adviento, Dios nos habla de esperanza,
y de vigilancia. En el alma brota el anhelo, el deseo vivo
de que Jesús llegue hasta nosotros. Por eso repetimos como los
primeros cristianos: ¡Marana tha, ven, Señor Jesús!
"A ti, Señor, levanto mi alma..." (Sal 24, 1) Estas palabras
expresan lo que han de ser siempre nuestros deseos y anhelos,
levantar el alma hacia lo alto, hacia Dios. Hemos de mirar a lo Alto,
hemos de pensar en el Señor y tratar de sintonizar con Él. Y
decir con el salmista: “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme
en tus sendas, haz que camine con lealtad. Enséñame, porque tú
eres mi Dios y mi Salvador”. El mejor cauce para sintonizar con el
Señor, es el diálogo de la oración. Intensifiquemos la oración en el
Adviento.
"Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra
angustia de las gentes...” (Lc 21, 25) Adviento es lo mismo que
advenimiento, acción de venir, preludio de una llegada. Son, pues,
días de conversión y de penitencia, de mortificación, de plegaria,
en los que prepararnos para recibir dignamente al Señor.
“Tened cuidado y que no se os embote la mente con el vicio,
o con la preocupación por el dinero, y se nos eche de repente
aquel día”. Con estas palabras el Señor pone el dedo en la llaga.
Ese es nuestro mal, olvidarnos de lo más importante y decisivo,
vivir inmersos en cuatro tonterías. A veces nos ocurre que
sólo pensamos en lo más inmediato, en lo que resulta placentero,
en nuestro bienestar presente.
Que este primer domingo de Adviento nos sirva para reflexionar
sobre nuestra vida de hijos de Dios y, consecuentemente,
prepararnos para su venida. ¿Acaso cuando esperamos la llegada
de algún amigo, no nos esmeramos por acogerle como se merece?
Pues con mucho mayor motivo debemos prepararnos para
con la venida de Jesús, el Señor.