martes, 8 de octubre de 2019

OCTUBRE, MES MISIONERO

 Hoy es el primer domingo del mes de octubre, el mes misionero por excelencia. Un misionero es aquel que, allá donde va, lleva la fe cristiana, el Evangelio. Este domingo, la palabra de Dios nos habla precisamente de la fe. 1. El justo vivirá por su fe. En la primera lectura escuchamos el lamento del profeta Habacuc, pidiéndole a Dios, auxilio ante las injusticias y la violencia. Sin embargo, Dios le invita a perseverar en la fe. La justificación, la salvación, tal como anuncia Dios al profeta Habacuc, no viene por cumplir una serie de leyes y preceptos, como pensaban los judíos, sino que es la fe la que salva al creyente. Una fe que es confianza en Dios y que proviene del amor de Cristo. 2. Señor, auméntanos la fe. Siguiendo con este mismo tema, en el Evangelio de hoy encontramos la petición que los discípulos hacen a Jesús: Auméntanos la fe. Los discípulos reconocen que su fe es débil, pobre. La respuesta de Jesús es una invitación a no preocuparse por la cantidad de fe, o de su tamaño, sino a buscar una fe verdadera, auténtica, que concuerde con nuestras palabras y acciones. No es la cantidad de fe lo que importa, sino la autenticidad. Y Jesús explica a continuación, con el ejemplo del señor y del criado, que la fe consiste no en esperar que Dios haga lo que nosotros le pedimos o le mandamos, sino en servir a Dios con sencillez, reconociéndolo como Señor de nuestra vida y de nuestra historia. 3. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio. Así, la fe es servicio. Como Jesucristo ha hecho con nosotros, lavándonos los pies y dando su vida por nosotros en la cruz, así hemos de hacer también nosotros. Así, san Pablo, en la segunda lectura, le exhorta a Timoteo a que no se avergüence de Dios cuando hay dificultades, como hacía el profeta Habacuc al principio de la primera lectura, sino que tome parte en los trabajos por el Evangelio. Es Dios quien nos da la fuerza, le recuerda san Pablo, pues la fe es también reconocer que no son nuestras fuerzas, no somos nosotros los que somos capaces, sino que es Dios quien da su fuerza a los que tienen fe, una fuerza capaz de mover una morera hasta plantarla en el mar sólo con la palabra. En esta Eucaristía, cada uno de nosotros, como los discípulos, le pedimos a Dios que aumente nuestra fe. Reconocemos que muchas veces nos falta la confianza en Dios. Una confianza no en que Él hará lo que le pedimos, sino la confianza de saber que nuestra vida está en sus manos, y que Él quiere hacer de nosotros instrumentos suyos.