Hoy es el primer domingo del mes de octubre, el mes misionero por
excelencia. Un misionero es aquel que, allá donde va, lleva la fe cristiana, el
Evangelio. Este domingo, la palabra de Dios nos habla precisamente de la
fe.
1. El justo vivirá por su fe. En la primera lectura escuchamos el lamento del
profeta Habacuc, pidiéndole a Dios, auxilio ante las injusticias y la violencia.
Sin embargo, Dios le invita a perseverar en la fe. La justificación, la salvación, tal como anuncia Dios al profeta Habacuc, no viene por cumplir una
serie de leyes y preceptos, como pensaban los judíos, sino que es la fe la
que salva al creyente. Una fe que es confianza en Dios y que proviene del
amor de Cristo.
2. Señor, auméntanos la fe. Siguiendo con este mismo tema, en el Evangelio de hoy encontramos la petición que los discípulos hacen a Jesús: Auméntanos la fe. Los discípulos reconocen que su fe es débil, pobre. La respuesta de Jesús es una invitación a no preocuparse por la cantidad de fe, o
de su tamaño, sino a buscar una fe verdadera, auténtica, que concuerde
con nuestras palabras y acciones. No es la cantidad de fe lo que importa,
sino la autenticidad. Y Jesús explica a continuación, con el ejemplo del señor y del criado, que la fe consiste no en esperar que Dios haga lo que nosotros le pedimos o le mandamos, sino en servir a Dios con sencillez, reconociéndolo como Señor de nuestra vida y de nuestra historia.
3. Toma parte en los duros trabajos del Evangelio. Así, la fe es servicio.
Como Jesucristo ha hecho con nosotros, lavándonos los pies y dando su
vida por nosotros en la cruz, así hemos de hacer también nosotros. Así, san
Pablo, en la segunda lectura, le exhorta a Timoteo a que no se avergüence
de Dios cuando hay dificultades, como hacía el profeta Habacuc al principio
de la primera lectura, sino que tome parte en los trabajos por el Evangelio.
Es Dios quien nos da la fuerza, le recuerda san Pablo, pues la fe es también
reconocer que no son nuestras fuerzas, no somos nosotros los que somos
capaces, sino que es Dios quien da su fuerza a los que tienen fe, una fuerza
capaz de mover una morera hasta plantarla en el mar sólo con la palabra.
En esta Eucaristía, cada uno de nosotros, como los discípulos, le pedimos a Dios que aumente nuestra fe. Reconocemos que muchas veces nos
falta la confianza en Dios. Una confianza no en que Él hará lo que le pedimos, sino la confianza de saber que nuestra vida está en sus manos, y que
Él quiere hacer de nosotros instrumentos suyos.
martes, 8 de octubre de 2019
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