EL ANCIANO SIMEÓN Y EL SENTIDO DE LA VIDA
En este Domingo cuarto del Tiempo Ordinario, este año coincide con
la fiesta de la Presentación del Señor en el Templo de Jerusalén. Es todo un
mensaje de abandono en la voluntad de Dios, y de reconocer que nuestras
peticiones a Él, siempre son escuchadas y cumplidas, aunque sea tarde para
nuestra forma de pensar.
1.- “Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz.
Porque mis ojos han visto a tu Salvador”. Cuando el anciano Simeón tomó al
niño en sus brazos, sintió profundamente en su alma que en ese momento
se estaba cumpliendo la promesa hecha por Dios al pueblo de Israel: aquel
niño era el Mesías, el Salvador que alumbraría el camino de todos los pueblos para llegar a Dios. El anciano Simeón era un hombre “justo y piadoso”,
que se había pasado la vida aguardando ese momento: “ver al Mesías del
Señor, al consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él”. En el mismo
momento en el que el anciano Simeón vio cumplida la promesa del Señor,
entonó el “ahora, Señor, puedes dejar a tu siervo irse en paz”. Muchos de
nosotros hemos conocido a algunas personas mayores, abuelos, padres,
hermanos, que, en los momentos últimos de su vida, se han sentido profundamente agradecidos a Dios y en paz consigo mismo, porque sentían que ya
habían cumplido la misión para la que el Señor les había enviado a este
mundo. Sí, habían cumplido su misión, la vida había tenido sentido para
ellos, no habían vivido en balde y estérilmente. Esto es algo a lo que debemos aspirar todos: a cumplir la misión que Dios nos ha encomendado en
esta vida, sea la misión que sea. Que nuestra vida tenga y haya tenido un
sentido, tratando de ser siempre fieles al sentido, a la vocación, que el Señor nos ha dado. Todos hemos nacido con una vocación determinada por
Dios; seamos fieles a nuestra vocación, cumplamos el sentido de nuestra
vida, y, al final, podremos entonar en paz y agradecidos, como el anciano
Simeón. Para conseguir esto, pidamos al Señor que el Espíritu Santo more
siempre en nosotros.
2.- “De pronto entrará en el santuario el Señor a quien vosotros buscáis”.
Para nosotros, los cristianos, fue Jesús de Nazaret la persona en la que se
cumplió plenamente esta profecía de Malaquías: Cristo no sólo entró en el
santuario, sino que él mismo fue el auténtico santuario donde se manifestó
el Padre. Por eso, uniendo las profecías de Malaquías y la del anciano Simeón, para nosotros Jesús es el auténtico Salvador, el Salvador de todos los
pueblos.