SOLEMNIDAD DE LAS ASCENSIÓN DEL SEÑOR
¡SU SUERTE, LA NUESTRA!
Cuarenta días atrás celebrábamos aquel día santo en el que –
Cristo- saltó de la muerte a la vida y, con El, todos nosotros.
Hoy, con esta solemnidad de la Ascensión, caemos en la cuenta de
que –al fin y al cabo- lo que esperaba a Jesús al final de su paso por
la tierra era el abrazo con el Padre.
Es duro ver partir a un buen amigo. Y, en la Ascensión del Señor, a buen seguro que los ojos de los apóstoles se humedecieron
ante tal prodigio con sabor agridulce: el Señor, nuestro amigo y Señor, se nos va. ¿Qué vamos hacer?
¿Quién nos dará el pan multiplicado?
¿Quién nos saciará en la hora del hambre?
¿Quién calmará nuestras tormentas?
Ante estas interpelaciones, aquellos entusiastas del apostolado, se responderían a sí mismos: el Señor se va pero, pronto, marcharemos también con El nosotros. Su suerte, la del cielo, será la
nuestra; y por la puerta que El deje abierta, entraremos nosotros.
Los sentidos, de aquellos discípulos, se quedaron contemplando aquel suceso pero, pronto, se dieron cuenta de que los pies los
tenían en la tierra. Que estaban obligados a llevar al mundo lo que,
Jesús, en tres años escasos les había transmitido: el amor de Dios.
Y yo te pregunto: ¿estás transmitiendo con tu ejemplo de vida
el amor de Dios, en tu paso por este mundo?
Pero para transmitir Su amor, es necesario, que cada uno de
nosotros, tú y yo, busquemos momentos de intimidad con el Amor,
para alimentarnos de Él. Para que el Espíritu Santo nos llene de
amor cuando nos relacionamos con el Amor.
Aunque nos parezca mentira, hay sed de Dios, ganas por conocerlo y amarlo.
Dejemos marchar al Señor al cielo. Crezcamos ahora con
aquello que Él nos confió como vitamina eterna (la eucaristía); como
presencia y seguridad (su Palabra); como aliento en nuestro caminar
(su Espíritu Santo).
Su suerte, la nuestra.
Ánimo, adelante. Pongámonos en camino.