1º de Adviento
- Isaías 63,16b-17;64,1.2b-7 ● “¡Ojalá rasgase el cielo y bajase!”
- Salmo 79 ● ”Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve”
- 1 Corintios 1,3-9 ● “Aguardamos la manifestación de Jesucristo nuestro Señor”
- Marcos 13, 33-37 ● “Estad en vela para estar preparados”
Estad alerta; velad, porque ignoráis el momento. Es como un hombre que marchó de viaje y, al dejar su casa, puso todo en manos de sus siervos, señalando a cada cual su tarea, y encargó al portero que vigilase. Estad en vela, porque no sabéis cuándo viene el dueño de la casa, si por la tarde, si a medianoche, al canto del gallo o de madrugada; no sea que llegue de repente y os encuentre dormidos. Lo que os digo a vosotros, se lo digo a todos: ¡Estad en vela!».
Marcos 13, 33-37
VER
En la lengua española tenemos una palabra que expresa un vivo deseo de que suceda algo: “Ojalá”. La utilizamos en múltiples circunstancias, tanto personales como sociales: “Ojalá llegue a tiempo, ojalá apruebe la oposición, ojalá acabe pronto, ojalá me toque la lotería, ojalá…” Y en las actuales circunstancias provocadas por la pandemia, hay otros “ojalá” que añadir a la lista: “Ojalá acabe esto, ojalá la vacuna salga pronto, ojalá la economía mejore, ojalá la gente sea más responsable…” Lo que pasa es que, al menos en lo que se refiere a los grandes problemas, decimos “ojalá” sin mucho convencimiento, porque en el fondo no esperamos que se cumpla ese deseo: lo que vivimos cada día, lo que escuchamos o leemos en las noticias… no mueve precisamente a la esperanza. Estamos comprobando cómo los medios e iniciativas humanas, aun siendo positivos, resultan insuficientes. La pandemia nos ha hecho recordar una realidad que habitualmente no tenemos en cuenta: que, a pesar de todos nuestros avances y logros, somos criaturas, somos seres limitados.
En la lengua española tenemos una palabra que expresa un vivo deseo de que suceda algo: “Ojalá”. La utilizamos en múltiples circunstancias, tanto personales como sociales: “Ojalá llegue a tiempo, ojalá apruebe la oposición, ojalá acabe pronto, ojalá me toque la lotería, ojalá…” Y en las actuales circunstancias provocadas por la pandemia, hay otros “ojalá” que añadir a la lista: “Ojalá acabe esto, ojalá la vacuna salga pronto, ojalá la economía mejore, ojalá la gente sea más responsable…” Lo que pasa es que, al menos en lo que se refiere a los grandes problemas, decimos “ojalá” sin mucho convencimiento, porque en el fondo no esperamos que se cumpla ese deseo: lo que vivimos cada día, lo que escuchamos o leemos en las noticias… no mueve precisamente a la esperanza. Estamos comprobando cómo los medios e iniciativas humanas, aun siendo positivos, resultan insuficientes. La pandemia nos ha hecho recordar una realidad que habitualmente no tenemos en cuenta: que, a pesar de todos nuestros avances y logros, somos criaturas, somos seres limitados.
JUZGAR
Pero esto no debemos vivirlo desde la amargura, la rabia y la impotencia: si somos criaturas, abrámonos a nuestro Creador. Ser criatura no supone para el ser humano un menoscabo de su dignidad, todo lo contrario: somos nada más y nada menos que criaturas de Dios, los únicos creados a su imagen (cfr. Gn 1, 27). Y no estamos solos, Dios está ahí, aquí, y viene a nosotros.
Hoy comenzamos el tiempo de Adviento. Como todo lo demás en nuestra vida, este Adviento también va a ser diferente, no será “lo de siempre, lo de todos los años”. Si el Adviento ha sido siempre por excelencia el tiempo de espera y esperanza, este año la llamada a vivir en profundidad la espera y la esperanza cristianas es todavía mayor, porque lo necesitamos más: “La esperanza se diferencia del mero optimismo, va mucho más lejos y es más profunda. Es la certeza de que la monotonía triste y el peso de la vida diaria, la desigualdad y la injusticia, la realidad del mal y del sufrimiento no van a tener la última palabra. Y el fundamento de nuestra esperanza es la resurrección de Jesucristo” (Catecismo alemán), una resurrección que tiene su inicio en el nacimiento de Jesucristo, al cual nos preparamos durante el tiempo de Adviento.
Por eso deberíamos hacer nuestras las palabras de Isaías que hemos escuchado en la 1ª lectura: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases…! Sabemos que el Señor ha venido al mundo, pero necesitamos redescubrir su presencia aquí, ahora, y el Adviento es el instrumento que la Iglesia nos ofrece para desear el encuentro con Él, para mirar más allá de esta realidad que nos aplasta y descubrir que el Señor “viene ahora a nuestro encuentro, en cada persona y en cada acontecimiento, para que lo recibamos en la fe y, por el amor, demos testimonio de la espera dichosa de su Reino” (Prefacio III de Adviento). También este año, ahora, en los acontecimientos que estamos viviendo, el Señor viene a nosotros para que lo recibamos en la fe.
De ahí la repetida invitación que Jesús nos ha hecho en el Evangelio: Vigilad, velad, porque no sabéis cuándo es el momento. El Adviento recoge nuestro deseo y petición a Dios: ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases…! y nos hace estar vigilantes para ayudarnos a concretar ese deseo en nuestro día a día, viviendo con esperanza porque sabemos que el Señor viene a nosotros. Como dijo Benedicto XVI, “aparece como elemento distintivo de los cristianos el hecho de que ellos tienen un futuro: no es que conozcan los pormenores de lo que les espera, pero saben que su vida, en conjunto, no acaba en el vacío. Sólo cuando el futuro es cierto como realidad positiva, se hace llevadero también el presente” (Spe salvi 2).
ACTUAR
¿Cuáles son mis “ojalá” personales? ¿Cuáles son mis “ojalá” referidos a la realidad social, económica, sanitaria, política…? ¿Tengo el convencimiento de que se verán realizados mis deseos? ¿Pido de corazón a Dios ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases…! o lo digo sin esperanza? ¿Voy a aprovechar el Adviento para salir al encuentro de Cristo, que viene en las personas y los acontecimientos?
Que la dura realidad que vivimos nos sirva para vivir el Adviento vigilantes, recordando que esperamos a Alguien, a Cristo. “Necesitamos tener esperanzas más grandes o más pequeñas-, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto” (Spe salvi 31), el Dios hecho hombre cuyo nacimiento vamos a preparar durante este tiempo de Adviento.