lunes, 7 de junio de 2021

SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

 “ESTO ES MI CUERPO; ESTA ES MI SANGRE”

6 de junio de 2021 (SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI)

Éxodo 24, 3-8 ● “Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros”

Salmo 115 ● ”Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre”

Hebreos 9, 11-15 ● “La sangre de Cristo podrá purificar nuestra conciencia”

Marcos 14, 12-16.22-26 ● “Esto es mi cuerpo; esta es mi sangre”

 

El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, cuando se sacrificaba el cordero pascual, sus discípulos le preguntaron: «¿Dónde quieres que vayamos a preparar la cena de la pascua?». Mandó entonces a dos de sus discípulos y les dijo: «Id a la ciudad, y os encontraréis con un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo y, donde entre, decid al dueño: El maestro dice: ¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer con mis discípulos la cena de la pascua? Él os mostrará una sala en el piso de arriba, grande, alfombrada y dispuesta. Preparadla allí». Los discípulos fueron, llegaron a la ciudad y encontraron todo como les había dicho; y prepararon la cena de la pascua. Durante la cena Jesús tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio, diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Después tomó un cáliz, dio gracias, se lo pasó a ellos y bebieron de él todos. Y les dijo: «Ésta es mi sangre, la sangre de la alianza, que será derramada por muchos. Os aseguro que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta el día en que beba un vino nuevo en el reino de Dios». Después de haber cantado los himnos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Mateo 14, 12-16.22-26

LA “NUEVA NORMALIDAD”

VER.-

Es muy común, cuando somos pequeños, que, si nos caemos un porrazo o nos hacemos daño de cualquier modo, la madre o el padre nos pregunten: “¿Te has hecho sangre?” Y, si no es así, nos dicen: “No pasa nada”. Parece que la gravedad de un golpe o porrazo es menor si no nos hemos hecho sangre. Y esto ocurre también en otras circunstancias: cuando en un delito no hay “derramamiento de sangre”, se considera de menor gravedad. Y es que desde muy antiguo la sangre se ha identificado con la vida, y se ha utilizado para expresar emociones fuertes: “Por ti daría hasta la última gota de mi sangre”, “Esto me hace hervir la sangre”…

JUZGAR.-

La Solemnidad de hoy, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, es el colofón a todo lo que venimos celebrando desde el Domingo de Pascua. La Eucaristía actualiza sacramentalmente el núcleo de nuestra fe: la entrega total de Cristo en la Cruz y su Resurrección.

Pero a quienes vivimos en países de tradición cristiana quizá se nos pase por alto este aspecto. Hemos convertido la celebración de la Eucaristía en “oír Misa”, en un rito que hay que cumplir, pero sin descubrir realmente lo que es y significa lo que celebramos. Si no hubiéramos estado en situación de pandemia, hoy en muchos lugares habría procesiones esplendorosas, con adornos de calles, altares, lluvia de pétalos… Pero todo eso no nos debe hacer perder de vista lo esencial.

 

Y lo esencial son las palabras de Jesús, como hemos escuchado en el Evangelio: Esto es mi cuerpo… Ésta es mi sangre… La Eucaristía nos hace realmente presente a Cristo, es Él quien está ahí, porque como indica el Catecismo Alemán para Adultos: “‘Cuerpo’ en el lenguaje semítico no significa sólo una parte del hombre, sino toda la persona física concreta. Cuando se dice: ‘Esto es mi cuerpo’, es claro que se trata de la presencia de la persona de Jesucristo en cuanto que se entrega a sí mismo por nosotros. Igualmente, la palabra ‘sangre’ significa en semítico la sustancia vital del hombre. Por lo tanto, la sangre ‘derramada por todos’ significa al mismo Jesús en cuanto que entrega su vida por nosotros”.

Como hemos dicho, la celebración de la Eucaristía es memorial, actualización hoy del núcleo de nuestra fe: la entrega total de Cristo en la Cruz y su Resurrección. La celebración de la Eucaristía debería recordarnos que Jesús “se hizo sangre” en esa entrega, que hubo derramamiento de sangre, y por eso la Eucaristía no es un rito, ni el adorno de algunos acontecimientos personales o festivos: es algo muy serio, “la fuente y cima de toda la vida cristiana” (Conc. Vaticano II: Lumen gentium 11).

Más allá de los necesarios razonamientos teológico-filosóficos para dar razón de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, hoy deberíamos estar un tiempo ante el Santísimo expuesto, o ante el Sagrario, repitiéndonos estas palabras: Esto es mi cuerpo… Ésta es mi sangre, para ser conscientes de que ahí delante está Él. “En los signos sensibles del pan y del vino se encarna el amor de Jesucristo, que se nos comunica y se nos da de tal suerte que, bajo estas especies, Jesucristo está realmente presente y entregándose ‘por nosotros’” (Catecismo alemán). En cada celebración eucarística, Jesús continúa “haciéndose sangre” por nosotros, “dando su sangre” por nosotros.     

ACTUAR.-

¿Pienso que la sangre añade gravedad a un accidente o a un delito? ¿He “dado mi sangre” por otra persona, o la han dado por mí? ¿Vivo la Eucaristía como memorial de la entrega de Jesús, que “se hizo sangre” por mí? ¿Qué significa para mí que esté realmente presente en el Pan y el Vino?

El Papa San Juan Pablo II comenzaba su encíclica “Ecclesia de Eucharistia” con estas palabras: “La Iglesia vive de la Eucaristía”. Del encuentro con Cristo en la Eucaristía, que por amor nos ha dado hasta su sangre, se deriva todo lo que conforma nuestra vida como discípulos y apóstoles. La Eucaristía es el alimento para el camino de la santidad al que estamos llamados, para “hacernos sangre”, como Jesús, por los demás. Que hoy sea un día de adoración a Cristo presente en la Eucaristía: “Es admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado ‘hasta el fin’ (Jn 13, 1), hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican ese amor”. (Catecismo nº 1380)