31 de octubre de 2021 (DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO)
“NO ESTÁS LEJOS DEL
REINO DE DIOS”
PRIMERA LECTURA:
“Escucha Israel: amará al Señor, tu Dios, con todo tu corazón”
(Deuteronomio 6,2-6)
SALMO:
”Yo te amos, Señor; Tú eres mi fortaleza” (Salmo 17)
SEGUNDA LECTURA:
Hebreos 7, 23-34? “Como permanece para siempre, tiene el sacerdocio
que no pasa” (Hebreos 7, 23-34)
EVANGELIO: “No estás lejos del Reino de Dios” (Marcos 12, 28-34)
Un maestro de la ley que había oído la discusión, viendo que les había contestado bien, se le acercó y le preguntó: «¿Cuál es el primero de todos los mandamientos?». Jesús respondió: «El primero es: Escucha, Israel: el Señor, Dios nuestro, es el único Señor; y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. El segundo es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que éstos». El escriba le dijo: «Muy bien, maestro; con razón has dicho que él es uno solo y que no hay otro fuera de él, y amarlo con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a sí mismo vale mucho más que todos los holocaustos y sacrificios». Jesús, al ver que había respondido tan sabiamente, le dijo: «No estás lejos del reino de Dios». Y ya nadie se atrevió a preguntarle más.
VER.-
Algo de lo que nos quejamos mucho, y no sólo las personas de más edad, es de lo que se nos olvidan las cosas: lo que iba a hacer, lo que iba a decir, lo que estaba buscando o dónde he guardado algo, lo que he dejado al fuego, un nombre, una dirección, una compra… A veces se nos olvidan cosas muy básicas, que damos por hecho que nos vamos a acordar de ellas, y sin embargo, se nos van de la cabeza. Para paliar la pérdida de memoria, utilizamos recursos: escribir una nota, programar una alarma, cambiar un objeto de sitio, pedir a otra persona que nos lo recuerde…
JUAGAR.-
La Palabra de Dios de este domingo nos ha recordado algo muy básico,
tanto, que a veces damos por hecho que ya lo sabemos de sobra y no se nos va a
olvidar. Es lo que un letrado le preguntó a Jesús: ¿Qué mandamiento es el
primero de todos? A lo que Jesús responde, citando lo que también hemos
escuchado en la 1ª lectura: Amarás al Señor Tu Dios con todo tu corazón, con
toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser. Pero Jesús añade: El segundo
es éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay mandamiento mayor que
éstos. El mayor y único mandamiento tiene dos dimensiones inseparables, como
nos enseñaron a repetir de pequeños cuando memorizábamos los Diez Mandamientos:
“Estos Diez Mandamientos se encierran en dos: amarás a Dios sobre todas las
cosas y al prójimo como a ti mismo”. Pero debemos reconocer que somos muy
desmemoriados, porque algo tan básico, tan sabido desde pequeños, se nos olvida
muy fácilmente. Unas veces, porque las ocupaciones y preocupaciones diarias
hacen que en todo el día no hayamos tenido un momento para Dios y tampoco
hayamos prestado atención a nadie, fuera de nuestro círculo más inmediato.
Otras veces, porque nos quedamos con la primera parte del mandamiento,
viviendo un espiritualismo desencarnado: hacemos nuestros rezos, “oímos Misa”,
realizamos nuestros actos de devoción, pero “se nos olvida” la segunda parte y
no realizamos ningún gesto de amor al prójimo ni queremos asumir ningún
compromiso concreto al respecto.
Y otras veces nos quedamos con la segunda parte del mandamiento, cayendo en el activismo, desarrollando diferentes acciones de voluntariado con mucha entrega, pero “se nos olvida” la primera parte y que esa actividad tiene su fuente y alimento en nuestra relación de amor con Dios.
En la 1ª lectura hemos escuchado que el autor dice: Las palabras que
hoy te digo quedarán en tu memoria. Pero como la desmemoria nos acecha,
continúa recomendando unos recursos para que no se olviden las palabras del
mandamiento principal, unos recursos que podemos hacer nuestros: Se las
repetirás a tus hijos y hablarás de ellas estando en casa y yendo de camino,
acostado y levantado; las atarás a tu muñeca como un signo, serán en tu frente
una señal, las escribirás en las jambas de tu casa y en tus portales. El
mandamiento principal no es sólo que se deba quedar en nuestra memoria, es algo
que forma parte de nuestra cotidianidad. El amor a Dios y al prójimo es un
estilo de vida que concretamos en lo íntimo y en lo público, en el ámbito familiar,
laboral, social… El amor a Dios y al prójimo está “atado” a nuestro pensamiento
y a nuestra acción, en todo lo que hacemos y en todo momento. Y este ejercicio
continuado hace que el mandamiento no se nos olvide, ni del todo, ni en parte.
Pero nosotros, además, contamos con otro recurso para luchar contra la desmemoria. Somos Iglesia, comunidad parroquial y, sobre todo cuando participamos en la Eucaristía dominical como miembros de un mismo cuerpo, nos ayudamos a recordar que debemos cumplir este mandamiento.
ACTUAR.-
¿Me afecta la falta de memoria? ¿Qué hago para paliarla? ¿Se me
olvida, en todo o en parte, el mandamiento principal? ¿Hay alguna parte del
mandamiento que acentúe más que la otra? ¿Por qué? ¿El amor a Dios y al prójimo
es algo que forma parte natural de mi vida cotidiana? ¿Cómo lo llevo a la
práctica? ¿La comunidad parroquial me ayuda a recordar y a cumplir este
mandamiento?
Si nos da mucha rabia olvidar nuestras cosas, mucho más nos debería doler olvidarnos de las cosas de Dios, sobre todo, de lo más básico: el mandamiento primero de todos. Pidamos al Señor que sepamos utilizar todos los recursos de que disponemos para no ser unos desmemoriados y ayudarnos unos a otros, como comunidad parroquial, a recordarlo y a cumplirlo.
1 de noviembre de 2021 (FESTIVIDAD DE TODOS LOS SANTOS)
“ESTAD ALEGRES Y CONTENTOS, PORQUE VUESTRA RECOMPENSA SERÁ GRANDE EN EL
CIELO”
PRIMERA LECTURA:
“Han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del Cordero” (Apocalipsis 7,2-4.9-14)
SALMO:
”Esta es la generación que busca tu rostro, Señor” (Salmo 23)
SEGUNDA LECTURA:
“Veremos a Dios tal cual es” (1 Juan 3,1-3)
EVANGELIO:
“Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en
el cielo” (Mateo 5, 1-12a)
Al ver las multitudes subió al
monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos; y se puso a enseñarles así:
«Dichosos los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de Dios.
Dichosos los humildes, porque ellos heredarán la tierra.
Dichosos los afligidos, porque ellos serán consolados.
Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán
saciados.
Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Dichosos los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados
hijos de Dios.
Dichosos los perseguidos por ser justos, porque de ellos es el reino
de Dios.
Dichosos seréis cuando os injurien, os persigan y digan contra
vosotros toda suerte de calumnias por causa mía.
Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos. Pues también persiguieron a los profetas antes que a vosotros».
VER.-
En 1982, en plena “movida” madrileña, el grupo “Parálisis Permanente” compuso la canción “Quiero ser santa”, cuya letra decía, entre otras cosas: “Quiero ser santa… levitar por las mañanas tener estigmas en las manos… Quiero estar martirizada y vivir enclaustrada… que, cuando me muera, mi cuerpo quede incorrupto”. La letra recoge una idea estereotipada, pero muy común, de lo que es ser santa o santo, sobre todo para las personas que no participan habitualmente en la vida de la Iglesia y que sólo ven lo externo, apoyándose en algunas imágenes de santos que refuerzan esos rasgos estereotipados.
JUZGAR.-
Hoy celebramos la solemnidad de Todos los Santos y es una ocasión para
volver a leer la exhortación del Papa Francisco “Gaudete et exsultate”, sobre
el llamado de Dios a la santidad en el mundo actual. Primero, para celebrar “la
gloria de los mejores hijos de la Iglesia” (Prefacio). Después, para recordar
“el llamado a la santidad que el Señor hace a cada uno de nosotros, ese llamado
que te dirige también a ti” (10). Y también nos ayudará a romper estereotipos e
imágenes erróneas de lo que es ser santo o santa, porque “ser santos no
significa blanquear los ojos en un supuesto éxtasis” (96).
Así pues, hoy celebramos “la asamblea festiva de todos los Santos,
nuestros hermanos” (Prefacio), porque “los santos que ya han llegado a la
presencia de Dios mantienen con nosotros lazos de amor y comunión. Podemos
decir que estamos rodeados, guiados y conducidos por los amigos de Dios” (4). Y
“en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad” (Prefacio),
fijándonos en “los signos de heroicidad en el ejercicio de las virtudes, la
entrega de la vida en el martirio y también los casos en que se haya verificado
un ofrecimiento de la propia vida por los demás, sostenido hasta la muerte”.
(5)
Pero hoy también celebramos que “el Espíritu Santo derrama santidad
por todas partes (6), es muchas veces la santidad «de la puerta de al lado», de
aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios,
hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en esa constancia
para seguir adelante día a día” (7).
La solemnidad de Todos los Santos nos enseña a que “no pensemos sólo
en los ya beatificados o canonizados” (6), porque “todos estamos llamados a ser
santos viviendo con amor y ofreciendo el propio testimonio en las ocupaciones
de cada día, allí donde cada uno se encuentra” (14). Como hemos escuchado en el
Evangelio de hoy, “Jesús explicó con toda sencillez qué es ser santos, y lo
hizo cuando nos dejó las bienaventuranzas. Es necesario hacer, cada uno a su
modo, lo que dice Jesús en el sermón de las bienaventuranzas” (63).
Y podemos recorrer este camino por el que nos han precedido todos los
Santos si hacemos lo que dice el Papa: “deja que la gracia de tu Bautismo
fructifique en un camino de santidad. Deja que todo esté abierto a Dios y para
ello opta por él, elige a Dios una y otra vez. No te desalientes, porque tienes
la fuerza del Espíritu Santo para que sea posible, y la santidad, en el fondo,
es el fruto del Espíritu Santo en tu vida” (15) .
Y el Papa indica varios ejemplos prácticos: “¿Eres consagrada o
consagrado? Sé santo viviendo con alegría tu entrega. ¿Estás casado? Sé santo
amando y ocupándote de tu marido o de tu esposa, como Cristo lo hizo con la
Iglesia. ¿Eres un trabajador? Sé santo cumpliendo con honradez y competencia tu
trabajo al servicio de los hermanos. ¿Eres padre, abuela o abuelo? Sé santo
enseñando con paciencia a los niños a seguir a Jesús. ¿Tienes autoridad? Sé
santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales”
(14).
Así es como, alentados por Todos los Santos, avanzaremos en nuestro propio camino de santidad y, a la vez, romperemos estereotipos y mostraremos qué es y en qué consiste la verdadera santidad.
ACTUAR.-
¿Qué imagen tengo de lo que es ser santo o santa? ¿Qué significa la
solemnidad de hoy para mi vida de fe? ¿A qué “santos de la puerta de al lado”
he conocido? ¿Quiero ser santa, o santo?
Celebremos a Todos los Santos y deseemos llegar junto a ellos, porque
podemos hacerlo. “No se trata de desalentarse cuando uno contempla modelos de
santidad que le parecen inalcanzables. Lo que interesa es que cada creyente
discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan
personal que Dios ha puesto en él” (11).
Por eso, “no tengas miedo de la santidad. No te quitará fuerzas, vida o alegría. Todo lo contrario, porque llegarás a ser lo que el Padre pensó cuando te creó” (32). Hoy todos deberíamos decir: “Quiero ser santa, o santo”. Para eso, “volvamos a escuchar a Jesús en las bienaventuranzas, con todo el amor y el respeto que merece el Maestro. Permitámosle que nos golpee con sus palabras, que nos desafíe, que nos interpele a un cambio real de vida. De otro modo, la santidad será sólo palabras” (66) o, como en el caso de la canción, una serie de imágenes estereotipadas y muy erróneas de lo que es la verdadera santidad