“ESA POBRE VIUDA HA ECHADO MÁS QUE NADIE”
7 de noviembre de 2021 (DOMINGO XXXII
DEL TIEMPO ORDINARIO)
PRIMERA LECTURA:
“La viuda hizo un panecillo de su puñado de
harina y se lo llevó a Elías” (1 Reyes 17, 10-16)
SALMO:
”Alaba, alma mía, al Señor” (Salmo 145)
SEGUNDA LECTURA:
“Cristo se ha ofrecido una sola vez para quitar
los pecados del mundo” (Hebreos 9, 24-28)
EVANGELIO:
“Esa pobre viuda ha echado más que nadie”
(Marcos 12, 38-44)
Y él, instruyéndolos, les decía: «¡Cuidado con los escribas!
Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las
plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros
puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas
oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa». Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo,
observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un
cuadrante. Llamando a sus discípulos, les dijo: «En verdad os digo que
esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta,
que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».
VER.-
Una persona viuda es aquélla que ha perdido a su cónyuge por
haber fallecido y no ha vuelto a casarse. Y normalmente son más las mujeres las
que quedan viudas (en España hay cuatro veces más viudas que viudos). A la
viuda le corresponde una pensión que, según los casos, está entre el 52 y el 70
por ciento del salario del marido. Como hasta hace relativamente poco tiempo
era raro que la mujer tuviera trabajo o ingresos propios, la viuda quedaba en
una situación de precariedad económica. Por eso, hubo personas que decidieron
hacerse un “plan de pensiones”, que consiste en ahorrar periódicamente una
cantidad que es invertida por una entidad financiera, para poder disponer más
delante de una renta, con la que poder complementar la pensión estatal.
JUZGAR.-
Hoy, tanto la 1ª lectura como el Evangelio
nos han mostrado a dos viudas, una en Sarepta y otra en Jerusalén. Tienen en
común que las dos son pobres, porque si ahora todavía hay viudas que quedan en
situación precaria, antiguamente era mucho peor: las viudas quedaban sin ningún
tipo de ingresos ni protección, pero por eso mismo, siempre han sido
especialmente queridas por Dios, y la atención a las viudas, en todos los
ámbitos, ha sido un imperativo para el Pueblo de Dios, tanto en el Antiguo como
en el Nuevo Testamento. Precisamente por eso, las viudas eran imagen de una
profunda confianza en Dios, que no abandona a los pobres.
Esa confianza en Dios lleva a estas dos
viudas a hacerse una especie de “plan de pensiones” con Él. En la 1ª lectura,
la viuda de Sarepta, que ya sólo esperaba morir, se fía de la palabra de Elías
y prepara para éste un panecillo con el puñado de harina y el poco de aceite
que le quedaba. Y, por esa confianza en el enviado de Dios, ni la orza de
harina se vació ni la alcuza de aceite se agotó.
La viuda del Evangelio es una viuda
pobre, pero hace también un acto de confianza en Dios echando en el cepillo del
templo dos reales. Su fe es mayor que su necesidad y por eso se ve reconocida
por Jesús: esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los
demás han echado de lo que les sobra, pero ésta, que pasa necesidad, ha echado
todo lo que tenía para vivir.
El ejemplo de estas dos viudas supone
para nosotros un cuestionamiento y una llamada. En primer lugar nos cuestiona
profundamente: ¿Tenemos esa confianza en Dios? ¿Somos capaces entregarle “lo
poco que tenemos”? No pensemos en dinero o en bienes materiales, sino en
disponibilidad, capacidades, tiempo, servicio… ¿Ponemos en sus manos “todo lo
que tenemos para vivir”, o le damos a Dios “lo que nos sobra”, después de
reservarnos la mayor parte para nuestros intereses?
Y la llamada que recibimos por el
ejemplo de estas dos viudas es a hacernos también un “plan de pensiones” con
Dios. Porque aunque no queremos pensarlo, un día es muy probable que nos
quedemos “viudos” de todo aquello a lo que nos hemos entregado casi en nuestra
vida: trabajo, actividades, personas… y descubriremos que lo que nos queda para
vivir no satisface nuestros deseos de esperanza, de felicidad, de plenitud. O,
simplemente, nos llegará el momento de “jubilarnos” de esta vida y pasar a la
presencia de Dios.
Entonces
agradeceremos haber sido previsores y habernos hecho un “plan de pensiones” con
Dios, mediante nuestras aportaciones periódicas en forma de oración, de
participación en la Eucaristía, de formación, de compromiso evangelizador, de
solidaridad con los pobres… Un “plan de pensiones” que hará que no nos sintamos
desprotegidos sino en las manos de Dios, aunque nos veamos “viudos” de todo lo
demás, aunque creamos que “ya no nos queda nada para vivir”.
ACTUAR.-
¿Conozco a alguna viuda en situación
precaria? ¿Recibe alguna ayuda por parte de otras personas? ¿A qué o a quién
estoy entregando la mayor parte de mi vida? ¿Pienso que algún día puedo verme
privado de ello? ¿Me fío de Dios como estas dos viudas? ¿Me estoy haciendo con
Él un “plan de pensiones”? ¿Qué estoy aportando al plan de Dios, lo que me
sobra o lo que tengo para vivir?
Todo
lo de este mundo, a lo que damos tanta importancia, acaba desapareciendo.
Aprendamos de estas dos viudas, fiémonos de Dios y hagamos nuestras
aportaciones a su “plan de pensiones”, para asegurarnos que, pase lo que pase,
no nos quedaremos desprotegidos y sin esperanza.