sábado, 30 de abril de 2022

III DOMINGO DE PASCUA

"JESÚS SE ACERCA, TOMA EL PAN Y SE LO DA, Y LO MISMO EL PESCADO”

PRIMERA LECTURA:

“Testigo de esto somos nosotros y el Espíritu Santo” (Hechos 5, 27b-32.40b-41)

SALMO:

”Te ensalzaré, Señor, porque me has librado” (Salmo 29)

SEGUNDA LECTURA:

“Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la riqueza”(Apocalipsis 5, 11-14)

EVANGELIO:

“Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado” (Juan 21, 1-19)

Jesús se manifestó de nuevo a los discípulos en el mar de Tiberíades. Fue de este modo: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás «el Mellizo», Natanael el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.

Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Le contestaron: «Nosotros también vamos contigo». Salieron y subieron a la barca. Aquella noche no pescaron nada. Al amanecer, estaba Jesús en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tenéis algo que comer?». Le contestaron: «No». Él les dijo: «Echad la red al lado derecho de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla por la cantidad de peces. Entonces el discípulo preferido de Jesús dijo a Pedro: «Es el Señor». Simón Pedro, al oír que era el Señor, se vistió, pues estaba desnudo, y se echó al mar. Los demás discípulos llegaron con la barca, ya que no estaban lejos de tierra, a unos cien metros, arrastrando la red con los peces. Al saltar a tierra, vieron unas brasas y un pescado sobre ellas, y pan. Jesús les dijo: «Traed los peces que acabáis de pescar». Simón Pedro subió a la barca y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, a pesar de ser tantos, no se rompió la red. Jesús les dijo: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevió a preguntarle: « ¿Tú quién eres?», pues sabían que era el Señor. Entonces Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; y lo mismo el pescado. Ésta fue la tercera vez que se apareció a los discípulos después de haber resucitado de entre los muertos.

Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?». Pedro le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te amo». Jesús le dijo: «¡Apacienta mis corderos!». Por segunda vez le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le respondió: «Sí, Señor, tú sabes que te amo». Jesús le dijo: «¡Apacienta mis ovejas!». Por tercera vez le preguntó: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Pedro se entristeció porque le había preguntado por tercera vez si lo amaba, y le respondió: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo». Jesús le dijo: « ¡Apacienta mis ovejas!».

«Te aseguro que cuando eras más joven, tú mismo te sujetabas la túnica con el cinturón e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extenderás tus manos, otro te la sujetará y te llevará adonde tú no quieras». Dijo esto para indicar con qué muerte iba a glorificar a Dios. Después añadió: « ¡Sígueme!».

VER.-

En una reunión con personas de diferentes parroquias se repartieron unas fotocopias con unos contenidos para la reflexión. Y una persona del Equipo de Vida que acompaño me dijo: “Esto lo has hecho tú, lleva tu sello”. Un sello, aparte de lo que ponemos en las cartas, es un utensilio con imágenes o letras grabadas y que se impregna con tinta para certificar o autorizar documentos. Y esa persona sabía que habitualmente utilizo un tipo de letra concreto, una forma de maquetar el texto, un modo de expresión… que son “mi sello”, que “certificaban” que yo lo había hecho. Todos tenemos nuestro “sello” personal que imprimimos en lo que hacemos, hasta en lo más cotidiano (desde cocinar hasta la organización del hogar o del lugar de trabajo y casi todo lo que hacemos habitualmente) y que hace que otros puedan identificarnos sin tener que preguntar.

JUZGAR.-

Hoy hemos escuchado el relato de la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos después de resucitar de entre los muertos. Esta aparición de Jesús a los discípulos se desarrolla en un entorno cotidiano para ellos, junto al lago de Tiberíades, en el desempeño de su actividad habitual, la pesca. Y Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús.

Por eso, para que lo reconozcan, Jesús empieza a dejar “su sello”. Se repite la escena de la primera llamada a los discípulos (cfr. Lc 5, 1ss): Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Y Jesús les vuelve a decir casi las mismas palabras: Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. Y se repite el signo: La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces.

Todo lleva “el sello” de Jesús y por eso aquel discípulo a quien Jesús amaba dice a Pedro: “Es el Señor”. Y ya en tierra, Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Las palabras y gestos de ese “desconocido de la orilla” certifican quién es, y por eso ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor.

Esta tercera aparición de Jesús Resucitado a sus discípulos nos transmite la experiencia de encuentro que ellos tuvieron con Él: el mismo que habían conocido en carne mortal, ahora se les presenta con un ser nuevo. El cuerpo de Jesús Resucitado es real, pero está revestido de la gloria de Dios y, por eso, aunque en un principio no es reconocido, sí que descubren su identidad porque sigue dejando “su sello”. No les hace falta preguntar porque sabían bien que era el Señor.

Nosotros también deseamos tener nuestro encuentro con el Resucitado, y por eso hemos de aprender a descubrir “su sello” en medio de nuestras actividades cotidianas. Pueden ser situaciones o vivencias, positivas o de fracaso, que parecen repetir momentos pasados en los que sí sentimos la presencia del Señor; pueden ser personas “desconocidas” que nos hacen llegar unas palabras que nos “suenan” a Dios, y que nos harán exclamar, como aquel discípulo a quien Jesús amaba: Es el Señor.

Y, sobre todo, la celebración de la Eucaristía, el banquete que el Señor nos prepara, cuando participamos en ella de modo consciente y no como un mero cumplimiento, como miembros de la comunidad reunida en su nombre, y por medio de los gestos, palabras y símbolos, es el gran “sello” de Jesús Resucitado. Como les ocurrió a los discípulos, ya no necesitamos preguntar porque sabemos bien que aquí está Jesús, realmente presente pero de un modo nuevo

ACTUAR.-

¿Cómo dejo “mi sello personal” en lo que hago? ¿Qué características tiene “el sello” de Jesús? ¿He descubierto alguna vez su sello en medio de mi vida cotidiana? ¿Qué supuso para mí?

Pero el encuentro con Jesús Resucitado no se queda en algo íntimo, para el disfrute personal, sino que exige tomar parte en la misión de anunciarlo, como ha dicho Jesús a Pedro: apacienta mis ovejas. Para llevar a cabo esa misión, sólo hace falta responder a la pregunta de Jesús: ¿Me amas?

Con humildad, hoy respondemos como Pedro: Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero. Como nos indica el Papa Francisco, “todo cristiano es misionero en la medida en que se ha encontrado con el amor de Dios en Cristo Jesús… somos siempre «discípulos misioneros»”. (EG 120) Cada uno de nosotros estamos llamados a ser ese “desconocido de la orilla” y a dejar “nuestro sello personal” en medio de nuestro mundo. Y en ese sello, la imagen y palabras que se verán serán las del Resucitado, y la “tinta” que impregne nuestras palabras y obras ha de ser el amor de Dios, al que nosotros hemos respondido