viernes, 22 de abril de 2022

II DOMINGO DE PASCUA

 “A LOS OCHO DÍAS, LLEGÓ JESÚS”

PRIMERA LECTURA:

“Crecía el número de los creyentes, una multitud  tanto de hombres como de mujeres, que se adherían al Señor” (Hechos 5, 12-16)

SALMO:

”Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (Salmo 117)

SEGUNDA LECTURA:

“Estuve muerto, pero ya ves: vivo por los siglos de los siglos”(Apocalipsis 1, 9-11a12-13.17-19)

EVANGELIO:

“A los ocho días, llegó Jesús”(Juan 20, 19-31)

 En la tarde de aquel día, el primero de la semana, y estando los discípulos con las puertas cerradas por miedo a los judíos, llegó Jesús, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!». Y les enseñó las manos y el costado. Los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Él repitió: «¡La paz esté con vosotros! Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros». Después sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retengáis, les serán retenidos». Tomás, uno de los doce, a quien llamaban «el Mellizo», no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: «Hemos visto al Señor». Él les dijo: «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creo».

Ocho días después, estaban nuevamente allí dentro los discípulos, y Tomás con ellos. Jesús llegó, estando cerradas las puertas, se puso en medio y les dijo: «¡La paz esté con vosotros!». Luego dijo a Tomás: «Trae tu dedo aquí y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente». Tomás contestó: «¡Señor mío y Dios mío!». Jesús dijo: «Has creído porque has visto. Dichosos los que creen sin haber visto».

Otros muchos milagros hizo Jesús en presencia de sus discípulos, que no están escritos en este libro. Éstos han sido escritos para que creáis que Jesús es el mesías, el hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre.

VER.-

Una tarde de verano, sobre las cuatro, me encontré con una escena curiosa: tres personas estaban esperando el autobús en una acera donde daba el sol de lleno. Esa calle no tiene arbolado, y las tres personas se refugiaban poniéndose en fila india en la estrecha sombra que proyectaba una farola. A pesar de que lógicamente no era muy grande, la humilde sombra de esa farola sí que suponía para estas personas un alivio frente al calor, mientras esperaban.

JUZGAR.-

La sombra es algo que tiene todo material opaco, y no necesitamos hacer ningún esfuerzo para proyectarla: sólo hay que exponerse a la luz para que aparezca y nos acompañe en todo momento, sin que nos demos cuenta.

Estamos celebrando el Domingo II de Pascua. Hace ocho días, en la Vigilia Pascual, se encendió el Cirio Pascual, símbolo de la Luz de Cristo Resucitado, que nos alumbra. Desde hace ocho días, estamos expuestos a su Luz y, por tanto, sin que nos demos cuenta, estamos proyectando una especie de “sombra espiritual”, provocada por la Luz de la Resurrección de Cristo.

Es lo que le ocurrió a Pedro, como hemos escuchado en la 1ª lectura: La gente sacaba los enfermos a las plazas y los ponía en catres y camillas, para que, al pasar Pedro, su sombra, por lo menos, cayera sobre alguno. No es que Pedro tuviera por sí mismo algún poder y su sombra fuera mágica. Es la experiencia de fe que Pedro irradia por su encuentro personal con Cristo Resucitado la que “se proyecta” sobre los demás, sin que él se dé cuenta, sólo pasando entre ellos. Y algo tan simple es suficiente para que las personas, enfermas en su cuerpo o en su espíritu, encuentren alivio y esperanza.

En este mundo en el que encontramos tantas sombras negativas y amenazantes, el Domingo II de Pascua es una llamada para que nosotros “proyectemos nuestra sombra” espiritual, provocada por nuestro encuentro con Cristo Resucitado, de un modo humilde pero efectivo.

Para eso, en primer lugar debemos exponernos a su Luz. En el Evangelio hemos escuchado que los discípulos estaban con las puertas cerradas por miedo. Las puertas cerradas, ya sean puertas físicas o las puertas de nuestro corazón, no dejan pasar la luz. Si nos “cerramos” a Dios, si no nos abrimos a Él en la oración, en la Eucaristía, en la Reconciliación, en la formación… no podrá iluminarnos y tampoco proyectaremos nuestra sombra espiritual sobre los demás.

También necesitamos vivir la fe comunitariamente, no de forma individualista. Al principio, Tomás no estaba con ellos cuando vino Jesús y, por eso, no se encontró con Él y siguió en la oscuridad. Cuando se reúne con los demás discípulos, está en comunidad, es cuando queda también iluminado.

Y los discípulos estaban reunidos el día primero de la semana; y en la 2ª lectura decía Juan que el día del Señor fui arrebatado en espíritu… El domingo, al reunirnos para celebrar la Eucaristía, es el día privilegiado en el que la Luz de Cristo Resucitado brilla con especial fuerza, para iluminarnos con toda intensidad y así podamos proyectar nuestra sombra espiritual el resto de la semana.

ACTUAR.-

¿He tenido la experiencia de haber ayudado o aliviado a otros por ser cristiano, sin haber sido consciente de ello, simplemente con mi presencia? ¿Me dejo iluminar por Cristo, me abro a Él en la oración, participo de forma consciente y activa en la Eucaristía, recibo habitualmente el Sacramento de la Reconciliación, soy miembro de algún Equipo de Vida? ¿Vivo la fe como miembro de una comunidad parroquial, o de forma individualista? ¿Es la Eucaristía del domingo el centro de mi vida cristiana? ¿Proyecto mi sombra espiritual durante el resto de la semana?

Este domingo también es conocido como el Domingo de la Divina Misericordia. En el Evangelio, Jesús ha dicho a sus discípulos: Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo, y estas palabras son también para nosotros. La proyección de nuestra sombra espiritual ha de concretarse en obras de misericordia. Como esa farola de la calle, no necesitamos grandes cualidades; hemos recibido el mismo Espíritu de Dios que mantiene viva en nosotros la Luz de Cristo Resucitado para que proyectemos nuestra sombra espiritual en todo momento, a menudo sin ser conscientes de ello, pero ofreciendo la esperanza del Resucitado a todos los que viven envueltos en sombras de muerte.