sábado, 24 de septiembre de 2022

XXVI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

RECIBISTE BIENES, Y LÁZARO MALES; AHORA ÉL ES AQUÍ CONSOLADO, MIENTRAS QUE TÚ ERES ATORMENTADO

25 de septiembre de 2022

PRIMERA LECTURA:

“Hora se acabará la orgía de los disolutos’” (Amós 6, 1a.4-7)

SALMO:

“Alaba, alma mía, al Señor” (Salmo 145)

SEGUNDA LECTURA:

“Guarda el mandamiento hasta la manifestación del Señor” (1Timoteo 6, 11-16)

EVANGELIO: (Lucas 16, 19-31)

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba a diario espléndidamente.  Un pobre, llamado Lázaro, cubierto de úlceras, estaba sentado a la puerta del rico;  quería quitarse el hambre con lo que caía de la mesa del rico; hasta los perros se acercaban y le lamían sus úlceras.   Murió el pobre, y los ángeles le llevaron al seno de Abrahán. Murió también el rico, y lo enterraron.  Y estando en el infierno, entre torturas, levantó los ojos y vio a lo lejos a Abrahán, y a Lázaro a su lado.  Y gritó: Padre Abrahán, ten compasión de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque me atormentan estas llamas.  Abrahán repuso: Hijo, acuérdate que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, por el contrario, males. Ahora él está aquí consolado, y tú eres atormentado.  Y no es esto todo. Entre vosotros y nosotros hay un gran abismo, de tal manera que los que quieran ir de acá para allá no puedan, ni los de allí venir para acá.  El rico dijo: Entonces, padre, te ruego que le envíes a mi casa paterna,  pues tengo cinco hermanos, para que les diga la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormentos.  Abrahán respondió: Ya tienen a Moisés y a los profetas; ¡que los escuchen!  Pero él dijo: No, padre Abrahán; que si alguno de entre los muertos va a verlos, se arrepentirán.  Abrahán contestó: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto».

“¿ESCUCHAMOS?”

VER.-

Las olas de calor que hemos sufrido este verano, junto con los incendios forestales y la enorme sequía que padecemos, ha hecho que muchas personas hayan caído ahora en la cuenta de que lo del “cambio climático” es verdad. Desde hace muchos años hemos oído hablar de este tema, de las consecuencias que acarrearía, de las medidas que había que adoptar… pero hasta que hemos alcanzado temperaturas récord y se han quemado cientos de miles de hectáreas, no hemos empezado a convencernos de que el problema es real. Aun así, muchos siguen sin cambiar hábitos, pensando que ese problema no va con ellos y que su estilo de vida no tiene consecuencias.

JUZGAR.-

A menudo oímos hablar acerca de graves situaciones y problemas generales pero que, como no nos afectan directamente, no provocan en nosotros ninguna reacción. “Oímos”, pero no escuchamos, no prestamos atención, y por eso no nos convencemos de la gravedad del problema. Y otro de esos graves problemas generales, del que hace mucho que oímos hablar, es el de la pobreza, el despilfarro de unos frente a millones de personas que mueren de hambre, de sed o de enfermedades que podrían curarse. Y así nos lo ha recordado la Palabra de Dios este domingo.

Ya en el siglo VIII antes de Cristo, Oseas denunciaba: Ay de aquéllos que se sienten seguros… Se acuestan en lechos de marfil, se arrellanan en sus divanes… se ungen con el mejor de los aceites, pero no se conmueven para nada por la ruina de la casa de José. Y en el Evangelio, Jesús nos ha ofrecido la parábola del pobre Lázaro: Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino y banqueteaba cada día. Y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal, cubierto de llagas, y con ganas de saciarse de lo que caía de la mesa del rico.

¿Cuántas veces hemos oído estas palabras? ¿Cuántas veces hemos oído lo que Cáritas y Manos Unidas, por ejemplo, nos dicen acerca de la pobreza y el hambre en el mundo? ¿Cuántas veces hemos oído las cifras estadísticas? ¿Cuántas veces hemos oído hablar de las consecuencias de una riqueza mal repartida, del crecimiento de las “bolsas de pobreza”? Y, más allá de ofrecer nuestro necesario donativo, ¿cuántas veces hemos “escuchado” de verdad esas palabras y han provocado en nosotros un cambio en nuestros hábitos de consumo y en nuestro estilo de vida?

Nadie puede considerarse “a salvo” de los problemas generales, menos aún “excusado” de hacer lo que pueda. Por eso, desde la llamada que la Palabra de Dios nos hace este domingo acerca de los pobres y del hambre, uniéndolo a los graves problemas como la guerra, el cambio climático, la crisis energética… hoy nos conviene “escuchar” algo que “oímos” al Papa Francisco hace más de dos años, en pleno confinamiento, en el momento de oración el 27 de marzo de 2020: “Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos. No podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino sólo juntos.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.

Hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa. No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.

 ACTUAR.-

En mi vida cotidiana, ¿voy a la mía o me siento unido a los demás, compartiendo un destino común? ¿Me he dejado absorber por lo material? ¿Cuido lo que alimenta, sostiene y da fuerza a mi vida? ¿“Escucho” las llamadas ante guerras, injusticia, pobreza, problemas medioambientales… o sólo “oigo” los datos pero no me siento interpelado ni reconozco mi parte de responsabilidad?

Como decía el final de la parábola: Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto. Ante los graves problemas que aquejan a la humanidad, no nos quedemos en “oírlos”. “Escuchemos” lo que Jesús Resucitado nos dice en su Palabra y a través del grito de los pobres para convencernos de la necesidad de adoptar un estilo de vida cada vez más evangélico, como decía san Pablo: busca la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre para que todos puedan tener parte en los bienes que Dios ha puesto en este mundo para todos sus hijos.