16 de octubre de 2022
PRIMERA LECTURA:
“Mientras Moisés tenía en alto las manos, vencía Israel”
(Éxodo 17, 8-13)
SALMO:
“Nuestro auxilio es el nombre del Señor, que hizo el cielo y
la tierra” (Salmo 120)
SEGUNDA LECTURA:
“El hombre de Dios sea perfecto y esté preparado para toda
obra buena” (2 Timoteo 3,14-4,2)
EVANGELIO: Lucas 18, 1-8
“Dios hará justicia a sus elegidos que claman ante Él”
Sobre la necesidad de orar
siempre sin desfallecer jamás, les dijo esta parábola: «Había en una ciudad un
juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Una viuda, también de
aquella ciudad, iba a decirle: Hazme justicia contra mi enemigo. Durante algún
tiempo no quiso; pero luego pensó: Aunque no temo a Dios ni respeto a los
hombres, le voy a hacer justicia para que esta viuda me deje en paz y no me
moleste más». Y el Señor dijo: «Considerad lo que dice el juez injusto. ¿Y no hará
Dios justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche? ¿Les va a hacer
esperar? Yo os digo que les hará justicia prontamente. Pero el Hijo del hombre,
cuando venga, ¿encontrará fe en la tierra?».
ORAR SIEMPRE, SIN DESFALLECER
VER.-
Hace unos meses, ante la
proliferación de patinetes eléctricos circulando por la acera y ser golpeado
varias veces, presenté varias peticiones al ayuntamiento solicitando que se
tomasen medidas al respecto. Pero más allá de una contestación estándar del
tipo “transmitimos su petición al departamento correspondiente”, no hubo
ninguna actuación, por lo que al cabo del tiempo me cansé y dejé de solicitarlo
porque “para qué perder el tiempo si no van a hacer caso”. Así que, como el problema
continúa, sólo queda aguantarse y soportarlo.
JUZGAR.-
Esta situación se repite en
diferentes ámbitos. A pesar de que, en teoría, existen cauces para presentar
nuestras peticiones (asociaciones vecinales, plataformas en internet y redes
sociales, iniciativas legislativas…), pocas veces esos cauces resultan
verdaderamente efectivos y acabamos abandonando la petición y resignándonos (en
el peor sentido de la palabra).
También esto nos ocurre en
nuestra relación con Dios. La mayor parte de nuestra oración es de petición
(por nosotros, por familiares y otras personas, por los problemas y situaciones
que vemos en el mundo…) y entendemos que nuestras peticiones son muy justas y
necesarias, pero muchas veces nos encontramos con que esas peticiones parecen
ser ignoradas, a pesar de nuestro fervor en la oración, y pensamos que Dios no
nos hace caso, y acabamos desistiendo con “resignación”.
Es muy comprensible esta actitud, por eso Jesús nos ha ofrecido en el Evangelio la parábola de una viuda que insiste una y otra vez en su petición, a pesar de la indiferencia del juez, para enseñarnos que es necesario orar siempre, sin desfallecer.
Hoy el Señor nos invita a
plantearnos por qué oramos, cuándo oramos, y qué esperamos de Él al presentarle
nuestra oración. Quizá, como decíamos al principio, inconscientemente vemos a
Dios como una especie de “Responsable de peticiones y reclamaciones”, y oramos
“porque necesitamos algo”, nosotros o alguien de nuestro entorno, y esperamos
que solucione nuestra petición y cuanto antes. Y así, desde esa mentalidad
cuando “no necesitamos nada”, no vemos necesario orar; o bien, si nos parece
que “no nos hace caso”, nos cansamos y dejamos de presentarle nuestras
peticiones.
Para que sepamos qué es realmente
la oración y por qué es necesario orar siempre, sin desfallecer, Jesús nos ha
planteado: Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos que claman ante Él día y
noche? ¿O les dará largas? Con sinceridad, ¿qué responderíamos nosotros a esas
preguntas? ¿Creemos que Dios “nos da largas”? ¿O que acabará haciendo justicia?
Por lo que conocemos de Dios, tenemos la certeza de que hará justicia, pero esa
certeza sólo la vamos a tener si nuestra fe la alimentamos con la oración.
Por eso, ante el cansancio y la
tentación de dejar de orar, necesitamos buscarnos apoyos para mantener nuestra
oración, como hemos escuchado en la 1ª lectura: Mientras Moisés tenía en alto
las manos, vencía Israel… como le pesaban los brazos, tomaron una piedra y se
la pusieron debajo, para que se sentase. Para orar siempre, sin desfallecer,
necesitamos “piedras”, algo firme que nos sustente, y esa “piedra” es la
Sagrada Escritura, como san Pablo ha recordado a Timoteo: ellas pueden darte la
sabiduría que conduce a la salvación por medio de la fe en Cristo Jesús. La
Sagrada Escritura nos fortalece para orar siempre, sin desfallecer, porque nos
muestra la acción de Dios a lo largo de la Historia y cómo, a pesar de los
aparentes silencios y “largas”, e incluso fracasos, Dios ha sido siempre fiel a
sus promesas.
Y también decía la 1ª lectura que
Aarón y Jur le sostenían los brazos. La fe cristiana no es individualista, no
se puede ser cristiano “por libre”, necesitamos ser comunidad parroquial,
unidos a los demás miembros de la misma, para unir nuestra oración y también
sostenernos unos a otros.
ACTUAR.-
Jesús planteaba una pregunta
final: cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Las
situaciones personales, familiares o laborales que vivimos, la realidad del
mundo, las malas perspectivas de futuro… Todo eso nos puede hacer creer que
orar no sirve para nada, que Dios no hace caso y que nos “resignemos”. Pero
precisamente por esos motivos necesitamos el diálogo con Dios en la oración,
siempre, sin desfallecer, apoyados en la Sagrada Escritura y sostenidos por la
comunidad los demás, para mantener la esperanza en que Él sí hará justicia a
sus elegidos que claman día y noche.