NO ES DIOS DE MUERTOS, SINO DE VIVOS
6 de noviembre de 2022
PRIMERA LECTURA:
“El Rey del universo nos resucitará para una vida eterna” (2
Macabeos 7,1-2.9-14)
SALMO:
“Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor” (Salmo 16)
SEGUNDA LECTURA:
“Que el Señor os dé fuerza para toda clase de palabra y
obras buenas” (2 Tesalonicenses 2,16-3,5)
EVANGELIO: (Lucas 20, 27-38)
Se le acercaron unos saduceos,
que niegan la resurrección, y le preguntaron: «Maestro, Moisés nos prescribió:
Si el hermano de uno muere, dejando mujer, sin hijos, su hermano debe casarse
con la viuda y dar descendencia al hermano. Eran siete hermanos. El primero se
casó, y murió sin dejar hijos. El segundo y el tercero, y así hasta el séptimo,
se casaron con la viuda, y murieron sin dejar hijos. Finalmente murió también
la mujer. En la resurrección, ¿de quién de ellos será mujer? Porque los siete
la tuvieron por mujer». Jesús les dijo: «Los hijos de este mundo se casan unos
con otros; pero los que han sido dignos de tener parte en el otro mundo y en la
resurrección de los muertos, hombres y mujeres, no se casarán. Ya no pueden
morir, pues son como los ángeles, hijos de Dios, al ser hijos de la
resurrección. Y que los muertos resucitan, el mismo Moisés lo da a entender en
lo de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán, Dios de Jacob, Dios de
Isaac. No es un Dios de muertos, sino de vivos, porque para él todos viven».
LA RESURRECCIÓN DE LA CARNE
VER.-
El martes pasado estuvimos
celebrando la solemnidad de Todos los Santos y el miércoles la conmemoración de
todos los Fieles Difuntos. Son días en los que se tiene especialmente presentes
a los seres queridos que han muerto, pero muchos viven estos días como un
simple recuerdo: se les echa en falta, pero resulta difícil creer en algo “más
allá” de las fronteras de esta vida. Con la muerte termina todo e incluso el
recuerdo, por muy querido que sea, se irá borrando con el tiempo.
JUZGAR.-
La Palabra de Dios de este
domingo, en la 1ª lectura y en el Evangelio, nos ayuda a profundizar en lo que
es un elemento esencial de la fe cristiana: creer en la resurrección de los
muertos. Así, en la 1ª lectura hemos escuchado parte del martirio de unos hermanos
macabeos, que hacen repetidamente una clara afirmación de su fe en la
resurrección. Y en el Evangelio algunos saduceos intentan ridiculizar lo que
Jesús dice respecto a la resurrección, proponiéndole el ejemplo absurdo de la
mujer que estuvo casada con siete hermanos. Con esta Palabra, el Señor nos
invita hoy a que revisemos nuestra fe en la resurrección, y en el Catecismo de
la Iglesia Católica (988ss) encontramos las indicaciones al respecto.
Como rezamos todos los domingos,
el Credo cristiano culmina con la proclamación de la resurrección de los
muertos al fin de los tiempos, y en la vida eterna. Nosotros creemos que, del
mismo modo que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos, y que
vive para siempre, igualmente los justos, unidos a Él por el Bautismo, después
de su muerte vivirán para siempre con Cristo resucitado y que Él los resucitará
en el último día.
En el Credo afirmamos “creo en la
resurrección de la carne”. El término “carne” designa al ser humano en su
condición de debilidad y de mortalidad. La “resurrección de la carne” significa
que, después de la muerte, no habrá solamente vida del alma inmortal, sino que
también nuestros “cuerpos mortales” volverán a tener vida. En la 1ª lectura,
los mártires macabeos confiesan: Cuando hayamos muerto por su ley, el Rey del
universo nos resucitará para una vida eterna… Vale la pena morir a manos de los
hombres, cuando se tiene la esperanza de que Dios mismo nos resucitará. La fe
en el Dios creador del ser humano todo entero, alma y cuerpo, fundamenta la
esperanza en la resurrección corporal.
Pero desde el principio, la fe en
la resurrección ha encontrado incomprensiones y oposiciones, como hemos
escuchado en el Evangelio. Se acepta que, después de la muerte, la vida de la
persona humana continúa de una forma espiritual. Pero ¿cómo creer que este
cuerpo mortal pueda resucitar a la vida eterna? Quizá es que no nos hacemos una
idea clara de qué es resucitar.
Cristo resucitó con su propio
cuerpo, pero Él no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en Cristo todos
resucitarán y su cuerpo será transfigurado en cuerpo de gloria, en “cuerpo
espiritual”. En la muerte, el cuerpo cae en la corrupción, mientras que el alma
va al encuentro con Dios y Él, en su omnipotencia, dará definitivamente a
nuestros cuerpos la vida incorruptible uniéndolos a nuestras almas, por la
virtud de la Resurrección de Jesús.
Y no debemos olvidar que la
resurrección sobrepasa nuestra imaginación y nuestro entendimiento, y que no es
accesible más que desde la fe en Cristo Resucitado. El cristiano fundamenta su
esperanza en la resurrección de Jesucristo: por la fe y el Bautismo queda unido
a Jesucristo, muerto y resucitado, y espera seguir unido a Él después de la
muerte, compartiendo la resurrección.
ACTUAR.-
Todos nos preguntamos qué ocurre
después de la muerte. La vida del ser humano discurre entre alegrías y penas;
trabajos, proyectos y fatigas. ¿Vale la pena amar, trabajar y luchar? ¿Podemos
esperar algo después de la muerte? Es el gran interrogante de la vida humana.
Creer en la resurrección de la
carne no es demostrable, pero es razonable. Jesús fundamenta la resurrección de
los muertos afirmando que Dios no es Dios de muertos sino de vivos, porque para
Él todos están vivos. Es verdad que Cristo nos resucitará en “el último día”
pero gracias al Espíritu Santo que hemos recibido, la vida cristiana en la
tierra es una participación en la muerte y en la Resurrección de Cristo, y
podemos empezar a vivir, ya desde ahora, como hijos de la resurrección.