20 de noviembre de 2022
PRIMERA LECTURA:
“Ellos ungieron a David como rey de Israel” (2 Samuel 5,
1-3)
SALMO:
“Vayamos alegres a la casa del Señor” (Salmo 121)
SEGUNDA LECTURA:
“Nos ha trasladado al reino del Hijo de su amor” (Colosenses
1, 12-20)
EVANGELIO:
(Lucas 23, 35-43) “Señor,
acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”
El pueblo estaba mirando. Las mismas
autoridades se burlaban, diciendo: «Ha salvado a otros; que se salve a sí mismo
si es el mesías de Dios, el elegido». También los soldados se burlaban de él,
se acercaban y le daban vinagre, diciendo: «Si tú eres el rey de los judíos,
sálvate a ti mismo».
Encima de él había un letrero que
decía: «Éste es el rey de los judíos».
Uno de los criminales
crucificados le insultaba diciendo: «¿No eres tú el mesías? Sálvate a ti mismo
y a nosotros».
Pero el otro le reprendió
diciendo: «¿Ni siquiera temes a Dios tú que estás en el mismo suplicio?
Nosotros estamos aquí en justicia, porque recibimos lo que merecen nuestras
fechorías; pero éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí
cuando vengas como rey». Y le contestó: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en
el paraíso».
EN LA MISMA CONDENA
VER.-
La semana pasada decíamos que,
desde que comenzó el siglo XXI, parece que no levantamos cabeza y las cosas van
de mal en peor. Los males que ya aquejaban a nuestro mundo se han agravado y
han surgido otros nuevos, como la pandemia del coronavirus, la guerra en
Ucrania, la sequía y el cambio climático, la crisis de refugiados… que han
empeorado más la situación. A estos males generales hay que sumar los
personales: enfermedades, paro laboral, problemas múltiples en lo personal,
familiar y social… Y surge la pregunta: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué no actúa?
JUZGAR.-
Hoy llegamos al final del año
litúrgico, la semana que viene comenzaremos un nuevo ciclo con el tiempo de
Adviento. Y en este último domingo, como colofón de todo lo que hemos vivido y
reflexionado estos meses atrás, celebramos a Jesucristo glorioso como Rey del
Universo.
Pero lo contemplamos desde
nuestra situación actual, personal y de toda la humanidad, afectados por la
cruz, de múltiples formas: “en una enfermedad grave, en el dolor, en los
desengaños, fracasos y golpes del destino, en la desgracias, en las
catástrofes…” (Catecismo alemán para adultos). Y es muy probable y muy lógico
que, tanto en no cristianos como en cristianos, surja la pregunta: ¿Dónde está
este Rey del Universo? ¿Por qué no actúa?
En el fondo es lo mismo que
diferentes personajes reprochaban a Jesús, como hemos escuchado en el
Evangelio: Los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo: …que se salve a sí
mismo, si Él es el Mesías de Dios… Se burlaban también los soldados diciendo:
Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo… Uno de los malhechores
crucificados lo insultaba diciendo: ¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y
a nosotros. No debemos juzgar ni condenar a estos personajes, porque también
nosotros, quizá no de palabra pero sí con el pensamiento, decimos lo mismo, a
menudo con dolor, rabia o desesperación.
Y la respuesta nos la da también
el otro malhechor: ¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena?
Dios en su Hijo hecho hombre por nosotros y por nuestra salvación está en la
misma condena que todo ser humano sufriente. Jesús, el Rey del Universo, se ha
hecho solidario con todos porque también participó Jesús de nuestra carne y
sangre (Hb 2, 14), y porque los amó hasta el extremo (Jn 13, 1) experimenta la
oscuridad del dolor y de la muerte de cruz e incluso la experiencia del
alejamiento de Dios: clamó con voz potente: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado? (Mc 15, 34)
Pero aun en esa situación,
mantiene la confianza en el plan de Dios y por eso promete al buen ladrón: hoy
estarás conmigo en el paraíso. Gracias a esta solidaridad de Jesús con todos,
podemos vivir la cruz y el dolor con esperanza en Dios, porque “ha sido
justamente el abajamiento de Dios a la miseria extrema del sufrimiento y de la
muerte del ser humano lo que nos ha unido con Él en su victoria” (Catecismo
alemán). El Rey del Universo está en la misma condena que nosotros y así, como
Él ha pasado por la prueba del dolor, puede auxiliar a los que ahora pasan por
ella (Hb 2, 18).
ACTUAR.-
¿Me he preguntado alguna vez
dónde está Dios, o por qué no actúa? ¿Me identifico con esos personajes del
Evangelio? ¿Le digo a Jesús “sálvate a ti mismo y a nosotros”? ¿He
experimentado que Jesús está en la misma condena que nosotros? ¿Lo siento unido
a mí en mi dolor o sufrimiento?
Nuestra época se siente más
cercana del Cristo que cuelga del madero de la cruz que del Cristo glorioso
como Rey del Universo. Pero el Rey a quien hoy celebramos, crucificado en la
misma condena que nosotros, pero Resucitado por el Padre, es la garantía de
esperanza para todos los que sufren por cualquier cruz, para todos los
humillados, agraviados, oprimidos, hambrientos, perseguidos, para todos los que
viven con angustia y no encuentran sentido a su vida.
Y ver a nuestro Rey del Universo
en la cruz, en la misma condena que nosotros, “es una llamada a llevar la carga
del prójimo y a luchar, siempre que sea posible, por evitar o disminuir el
sufrimiento. No obstante, siempre habrá mucho dolor que nos será imposible
aliviar” (Catecismo alemán). Y nos volveremos a preguntar dónde está Dios y por
qué no actúa. Pero entonces, recordar y contemplar a Jesús en la misma condena
nos confortará. Seguir a Jesús, el Rey del Universo, es seguirle cargando con
la cruz. Sólo por el camino de la cruz alcanzaremos la victoria de la cruz,
porque su promesa sigue vigente: Hoy estarás conmigo en el paraíso.