Domingo 23 de abril de 2023
PRIMERA LECTURA:
“No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio”
(Hechos 2, 14.22-33)
SALMO:
“Señor, me enseñarás el sendero de la vida” (Salmo 15)
SEGUNDA LECTURA:
“Fuisteis liberados con una sangre preciosa, como la de un
cordero sin mancha, Cristo” (1 Pedro 1, 17-21)
EVANGELIO: “Lo reconocieron
al partir el pan” (Lucas 24, 13-35)
Aquel mismo día, dos de ellos
iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta
estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras
conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos.
Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo: « ¿Qué conversación
es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire
entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú
el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos
días?».
Él les dijo: « ¿Qué?».
Ellos le contestaron: «Lo de
Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y
ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes
para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él
iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde
que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han
sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo
encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición
de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al
sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo
vieron».
Entonces él les dijo: « ¡Qué
necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario
que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».
Y, comenzando por Moisés y
siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas
las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a
seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros,
porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado
a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba
dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció
de su vista.
Y se dijeron el uno al otro: « ¿No
ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento,
se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus
compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha
aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y
cómo lo habían reconocido al partir el pan.
¿NUESTRO CORAZÓN ARDE O APENAS SE NOS TUESTA?
VER.-
En una viñeta de Mafalda, ésta
contempla a su padre, recién levantado, ojeroso, desgreñado, sin afeitar… y
pregunta: “Mamá, cuando conociste a papá, ¿sentiste que te devoraban las llamas
de la pasión, o apenas que algo se te tostaba?”
JUZGAR.-
El chiste viene a colación por lo
que hemos escuchado en el Evangelio. Los dos discípulos de Emaús van caminando
con Jesús, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Además, aunque son
miembros del grupo de discípulos y saben lo que han dicho las mujeres, Pedro y
Juan al volver del sepulcro vacío, no se enteran de lo que ha ocurrido, como
les dice Jesús: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los
profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su
gloria?
Pero, finalmente, cuando Jesús,
sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y
se lo iba dando, a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Y,
entonces, se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos
hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Ésta es la pregunta que
la Palabra de Dios nos invita a hacernos hoy.
Estamos en el tercer domingo de
Pascua, el tiempo litúrgico más importante y que da sentido a todo lo demás,
porque celebramos el fundamento de nuestra fe. Hemos escuchado el encuentro de
María Magdalena y la otra María con el Señor, el que tuvieron con Él los
discípulos reunidos, la experiencia de Tomás… Parafraseando el chiste de
Mafalda, al celebrar la Resurrección del Señor, ¿sentimos que “nos devoran las
llamas de la pasión”, que arde nuestro corazón, como el de los discípulos de
Emaús, o “apenas que algo se nos tuesta”, y seguimos prácticamente igual?
Los dos discípulos, al reconocer
a Jesús, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén y contaron lo
que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el
pan. Y en la 1ª lectura hemos escuchado que a Pedro, aunque había negado tres
veces a Jesús y le costó creer al ver el sepulcro vacío, ahora sí que “le
devoran las llamas de la pasión”, el fuego del Espíritu Santo, porque el día de
Pentecostés, poniéndose en pie junto a los Once, levantó la voz y con toda
solemnidad declaró: A Jesús el Nazareno lo matasteis, clavándolo a una cruz… A
este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.
¿Nuestra experiencia de fe estos
días es similar? ¿Notamos y se nos nota de algún modo que estamos celebrando el
acontecimiento central de nuestra fe?
El jesuita y escritor Carlos G.
Vallés, en su libro “Como leones rugientes”, indica que san Juan Crisóstomo
decía en sus sermones “que los fieles deberían salir de la Eucaristía «como
leones rugientes», llenos de fuerza y de vigor y de energía por todo lo que
acaban de vivir y sentir”. Y también señala que “el gran enemigo de ese rugido
es la rutina debilitante de algo que se repite cada domingo y cada día”.
Igual que en un matrimonio la
rutina provoca que los cónyuges “ya no sientan las llamas de la pasión, sino
apenas que algo se les tuesta”, también en nuestra vida de fe puede ocurrir
esto: “Nos hemos acostumbrado a la divinidad. Damos por supuesto el misterio.
Nos parece natural lo sobrenatural”. Y, aunque cada domingo oímos las
Escrituras, y contemplamos la consagración y recibimos la Eucaristía, nuestro
corazón ya no arde. Como mucho, sentiremos que “algo se nos tuesta”, pero sin
experimentar ese “fuego”, ese impulso de los discípulos de Emaús y de Pedro el
día de Pentecostés para ser testigos, con sus palabras y con sus obras, de que
Jesús ha resucitado.
ACTUAR.-
¿Tengo experiencia de que algo
que antes me apasionaba ahora ya no lo hace? ¿A qué creo que se debe? ¿La
Palabra de Dios me sigue cuestionando, por muchas veces que haya oído un mismo
pasaje? ¿Con qué ánimo acudo a la celebración de la Eucaristía, y con qué ánimo
salgo? ¿Me he acostumbrado al Misterio que celebramos cada domingo, se ha
vuelto para mí algo rutinario?
Como con los discípulos de Emaús,
el Señor se acerca y se pone a caminar a nuestro lado. Quizá la rutina y la
costumbre hacen que no seamos capaces de reconocerlo, pero por eso, una vez
más, nos explica las Escrituras y parte para nosotros el Pan, para que podamos
re-conocerlo, volverlo a conocer, y que nuestro corazón arda, que sintamos que
nos devoran las llamas de la pasión, y salgamos “como leones rugientes” a dar
testimonio de que verdaderamente el Señor ha resucitado.