sábado, 22 de abril de 2023

III DOMINGO DE PASCUA

Domingo 23 de abril de 2023

PRIMERA LECTURA:

“No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio” (Hechos 2, 14.22-33)

SALMO:

“Señor, me enseñarás el sendero de la vida” (Salmo 15)

SEGUNDA LECTURA:

“Fuisteis liberados con una sangre preciosa, como la de un cordero sin mancha, Cristo” (1 Pedro 1, 17-21)

EVANGELIO: “Lo reconocieron al partir el pan” (Lucas 24, 13-35)

Aquel mismo día, dos de ellos iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos sesenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.

Él les dijo: « ¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió: «¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?».

Él les dijo: « ¿Qué?».

Ellos le contestaron: «Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».

Entonces él les dijo: « ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?».

Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras. Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo: «Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída». Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.

Y se dijeron el uno al otro: « ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».

Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo: «Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón». Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.

¿NUESTRO CORAZÓN ARDE O APENAS SE NOS TUESTA?

VER.-

En una viñeta de Mafalda, ésta contempla a su padre, recién levantado, ojeroso, desgreñado, sin afeitar… y pregunta: “Mamá, cuando conociste a papá, ¿sentiste que te devoraban las llamas de la pasión, o apenas que algo se te tostaba?”

JUZGAR.-

El chiste viene a colación por lo que hemos escuchado en el Evangelio. Los dos discípulos de Emaús van caminando con Jesús, pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo. Además, aunque son miembros del grupo de discípulos y saben lo que han dicho las mujeres, Pedro y Juan al volver del sepulcro vacío, no se enteran de lo que ha ocurrido, como les dice Jesús: ¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?

Pero, finalmente, cuando Jesús, sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando, a ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Y, entonces, se dijeron el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras? Ésta es la pregunta que la Palabra de Dios nos invita a hacernos hoy.

Estamos en el tercer domingo de Pascua, el tiempo litúrgico más importante y que da sentido a todo lo demás, porque celebramos el fundamento de nuestra fe. Hemos escuchado el encuentro de María Magdalena y la otra María con el Señor, el que tuvieron con Él los discípulos reunidos, la experiencia de Tomás… Parafraseando el chiste de Mafalda, al celebrar la Resurrección del Señor, ¿sentimos que “nos devoran las llamas de la pasión”, que arde nuestro corazón, como el de los discípulos de Emaús, o “apenas que algo se nos tuesta”, y seguimos prácticamente igual?

Los dos discípulos, al reconocer a Jesús, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén y contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan. Y en la 1ª lectura hemos escuchado que a Pedro, aunque había negado tres veces a Jesús y le costó creer al ver el sepulcro vacío, ahora sí que “le devoran las llamas de la pasión”, el fuego del Espíritu Santo, porque el día de Pentecostés, poniéndose en pie junto a los Once, levantó la voz y con toda solemnidad declaró: A Jesús el Nazareno lo matasteis, clavándolo a una cruz… A este Jesús lo resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.

¿Nuestra experiencia de fe estos días es similar? ¿Notamos y se nos nota de algún modo que estamos celebrando el acontecimiento central de nuestra fe?

El jesuita y escritor Carlos G. Vallés, en su libro “Como leones rugientes”, indica que san Juan Crisóstomo decía en sus sermones “que los fieles deberían salir de la Eucaristía «como leones rugientes», llenos de fuerza y de vigor y de energía por todo lo que acaban de vivir y sentir”. Y también señala que “el gran enemigo de ese rugido es la rutina debilitante de algo que se repite cada domingo y cada día”.

Igual que en un matrimonio la rutina provoca que los cónyuges “ya no sientan las llamas de la pasión, sino apenas que algo se les tuesta”, también en nuestra vida de fe puede ocurrir esto: “Nos hemos acostumbrado a la divinidad. Damos por supuesto el misterio. Nos parece natural lo sobrenatural”. Y, aunque cada domingo oímos las Escrituras, y contemplamos la consagración y recibimos la Eucaristía, nuestro corazón ya no arde. Como mucho, sentiremos que “algo se nos tuesta”, pero sin experimentar ese “fuego”, ese impulso de los discípulos de Emaús y de Pedro el día de Pentecostés para ser testigos, con sus palabras y con sus obras, de que Jesús ha resucitado.

ACTUAR.-

¿Tengo experiencia de que algo que antes me apasionaba ahora ya no lo hace? ¿A qué creo que se debe? ¿La Palabra de Dios me sigue cuestionando, por muchas veces que haya oído un mismo pasaje? ¿Con qué ánimo acudo a la celebración de la Eucaristía, y con qué ánimo salgo? ¿Me he acostumbrado al Misterio que celebramos cada domingo, se ha vuelto para mí algo rutinario?

Como con los discípulos de Emaús, el Señor se acerca y se pone a caminar a nuestro lado. Quizá la rutina y la costumbre hacen que no seamos capaces de reconocerlo, pero por eso, una vez más, nos explica las Escrituras y parte para nosotros el Pan, para que podamos re-conocerlo, volverlo a conocer, y que nuestro corazón arda, que sintamos que nos devoran las llamas de la pasión, y salgamos “como leones rugientes” a dar testimonio de que verdaderamente el Señor ha resucitado.