Domingo 13 de agosto de 2023
“Permanece de pie en el monte ante el Señor” (1 Reyes 19,
9a.11-13a)
SALMO:
“Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación”
(Salmo 84)
SEGUNDA LECTURA:
"Desearía ser un proscrito por el bien de mis hermanos”
(Romanos 9, 1-5)
EVANGELIO:
“Mándame ir hacia Ti sobre el agua” (Mateo 14, 22-33)
«Después de que la gente se hubo
saciado Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se le
adelantaran a la otra orilla mientras él despedía a la gente.
Y después de despedir a la gente
subió al monte a solas para orar. Llegada la noche estaba allí solo. Mientras
tanto la barca iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el
viento era contrario. A la cuarta vela de la noche se les acercó Jesús andando
sobre el mar. Los discípulos, viéndole andar sobre el agua, se asustaron y gritaron
de miedo, diciendo que era un fantasma. Jesús les dijo enseguida: «¡Animo, soy
yo, no tengáis miedo!».
Pedro le contestó: «Señor, si
eres tú, mándame ir a ti sobre el agua». Él le dijo: «Ven». Pedro bajó de la
barca y echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la
fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: «Señor, sálvame».
Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de poca fe!
¿Por qué has dudado?». En cuanto subieron a la barca amainó el viento. Los de
la barca se postraron ante él diciendo: «Realmente eres Hijo de Dios».
RAZONES PARA DUDAR
VER. -
Muchas personas afirman que no
creen en Dios porque han sufrido experiencias duras, o bien porque el mal, el
dolor y el sufrimiento que ven a su alrededor no les permite afirmar la
existencia de Dios y, menos aún, la de un Dios que es amor. Aunque escuchen a
los que son creyentes las razones para creer, no les sirven de nada porque en
su vida pesan más las razones para dudar.
JUZGAR. –
Esta realidad no nos debe dejar
indiferentes, ni a encogernos de hombros pensando que “cada uno decide”, ni
menos todavía llevarnos al rechazo o condena de quienes no creen. Estamos en
tiempo de nueva evangelización; sin embargo, como se indica en el documento
“Ser y Misión de la ACG – Llamados y enviados a evangelizar”: “En general no
tenemos las ganas suficientes para transmitir la fe cristiana. No vivimos con
preocupación que muchas personas no sean creyentes. Nos conformamos con
mantener lo que tenemos, quedando adormecida nuestra dimensión misionera”.
Pero, como dijo el Papa Francisco
en “Evangelii Gaudium”, “la Iglesia en salida es la comunidad de los discípulos
misioneros” (24), y por eso, para no caer en la indiferencia o el rechazo hacia
quienes no creen en Dios, hacemos nuestras las palabras de san Pablo en la 2ª
lectura: siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón. Nos tiene
que doler que otras personas no se hayan encontrado con Dios, sobre todo por
las duras circunstancias que sufren o que ven sufrir a otros. Por eso, aunque
normalmente solemos decir que tenemos que buscar las “razones para creer”, hoy
vamos a ponernos en el lugar de los no creyentes para ver sus “razones para
dudar”.
En la 1ª lectura, el profeta
Elías estaba siendo perseguido y llegó hasta el Horeb, el monte de Dios. Y allí
hubo un huracán, un terremoto, fuego… Pero ni en el huracán, ni en el terremoto
ni en el fuego estaba el Señor. La experiencia de Elías nos lleva a pensar en
las personas que sufren amenaza y persecución por diferentes motivos: raza,
cultura, religión, por temas afectivos o familiares… Otras veces sus vidas
sufren “huracanes, terremotos y fuego”, por temas de salud, económicos,
laborales… que les destrozan la vida. Es cierto que el texto habla del susurro
de una brisa suave, y al oírlo Elías, sabía que Dios estaba pasando. Pero esos
momentos de calma, de tranquilidad, son prácticamente inexistentes en la vida
de muchos, y no nos debe extrañar que no crean que Dios pasa por su vida.
El Evangelio nos ofrece la
experiencia vivida por Pedro y los demás discípulos: la barca es sacudida por
las olas porque el viento era contrario. ¡Cuántas veces nos sentimos así! La
barca que es nuestra vida, o nuestra familia, o la Iglesia, o la sociedad… sufre
demasiadas sacudidas y vientos contrarios. Ésa es la realidad que vivimos y,
aunque los discípulos vieron a Jesús, se asustaron y gritaron de miedo,
diciendo que era un fantasma. Si a nosotros, que nos llamamos discípulos de
Jesús, a menudo nos entra el miedo y la duda ante las dificultades que
sufrimos, no nos debe extrañar que, a quienes no lo conocen, todo esto les
parezca una fantasmagoría, algo ilusorio frente a la cruda realidad.
Y escuchamos las palabras de
Jesús: ¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!, pero lo que estamos notando es que
nos estamos hundiendo, las palabras de Jesús no nos ayudan, nos vence el miedo
y lo único que nos sale es gritar, como Pedro: Señor, sálvame. Pero sin mucha
confianza.
Pero Jesús no quiere que nos
hundamos, por eso hoy nos dice también como a Pedro: ¡Hombre de poca fe! ¿Por
qué has dudado? No lo tenemos que ver como un reproche, sino como una
invitación a poner ante Él las “razones para dudar” que tenemos nosotros y
muchos tienen, y no les falta razón. Pero esas razones las debemos poner ante
el Señor desde la oración. Hemos escuchado también que Jesús, tras una jornada
en la que había estado curando enfermos y saciando a la multitud hambrienta (Mt
14, 14-20), subió al monte a solas para orar. Ante el dolor y el sufrimiento de
la gente, Jesús necesita orar al Padre, y ésa es la llamada que hoy nos hace
para que hagamos lo mismo.
ACTUAR. -
¿Entiendo que haya persona que tengan “razones para dudar”
de Dios? ¿He tenido esa experiencia?
Para ofrecer de modo creíble las razones de nuestra fe,
necesitamos ponernos en el lugar de quienes tienen razones para dudar.
Necesitamos buscar, como Jesús, tiempo para orar, para presentarle el dolor y
el sufrimiento de la gente y entonces poder mostrar, de palabra y de obra, que
Él no es un fantasma, sino que, en medio de la tempestad, realmente nos ofrece
su mano salvadora.