Domingo 17 de septiembre de 2023
PRIMERA LECTURA:
“Perdona la ofensa a tu prójimo y, cuando reces, tus pecados
te serán perdonados” (Eclesiástico 27,30-28,7)
SALMO:
“El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y
rico en clemencia” (Salmo 102)
SEGUNDA LECTURA:
"Ya vivamos, ya muramos, somos del Señor” (Romanos 14,
7-9)
EVANGELIO:
“No te digo que perdones hasta siete veces, sino hasta
setenta veces siete” (Mateo 18, 21-35)
En aquel tiempo, acercándose
Pedro a Jesús le preguntó: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿Cuántas veces
tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta
veces siete. Por esto, se parece el
reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus
criados. Al empezar a ajustarías, le
presentaron uno que debía diez mil talentos.
Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su
mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le
suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo". Se compadeció el señor de aquel criado y lo
dejó marchar, perdonándole la deuda.
Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le
debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo: "Págame lo
que me debes". El compañero,
arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: "Ten paciencia conmigo y te lo
pagaré". Pero él se negó y fue y lo
metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron
consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
"¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo
rogaste. ¿No debías tú también tener
compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?". Y el señor, indignado, lo entregó a los
verdugos hasta que pagara toda la deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona
de corazón a su hermano».
LA MOTIVACIÓN PARA
PERDONAR
VER. -
Una persona de edad avanzada
comentaba con otra que, hacía muchos años, se rompió la relación con unos
familiares cercanos por una serie de circunstancias, y que desde entonces no
había tenido ningún contacto directo con ellos. Ahora se preguntaba por lo que
motivó dicha ruptura y veía que no había merecido la pena, ya que echaba en
falta a esas personas, y se lamentaba por haber mantenido ese distanciamiento
durante todo este tiempo, y no sabía cómo podrían reconciliarse.
JUZGAR. –
Hoy la Palabra de Dios, en la 1ª
lectura y en el Evangelio, nos invita a reflexionar sobre algo tan necesario
humanamente como es el perdón y la reconciliación. No vamos a entrar en casos
extremos, en los que algunas personas han sufrido mucho por causa de otros,
porque en estas situaciones el proceso de perdón es muy complejo. Vamos a
situarnos en un plano más cotidiano.
Todos tenemos experiencia de
enfados, riñas y rupturas y, sobre todo cuando estamos seguros de tener razón,
o de hecho la tenemos, nos sentimos con todo el derecho a reclamar a la otra
parte que reconozca su error y se disculpe. Cuando esta disculpa no llega,
surge el distanciamiento y la ruptura de relaciones, que pueden prolongarse
durante mucho tiempo. Al principio puede que esto no nos duela, incluso que nos
sintamos aliviados y satisfechos, pero quizá un día también nos preguntemos si
había merecido realmente la pena llegar a ese punto.
A la mayoría nos cuesta perdonar,
aunque sabemos que deberíamos hacerlo. Unas veces porque no sabemos cómo
iniciar el proceso de reconciliación; otras veces porque sentimos que, al
perdonar, estamos renunciando a nuestros derechos, o que nos estamos rebajando
delante del otro. Pero de este modo nos quedamos en el plano humano, estamos
haciendo depender el perdón de nuestra voluntad o nuestra capacidad, y por eso
en muchos casos nos resulta imposible perdonar.
Por eso hoy el Señor, con la
parábola del siervo despiadado, nos recuerda que la motivación para perdonar no
la debemos poner en nosotros sino en Él y en el perdón que nosotros hemos
recibido y recibimos de Él. Porque todos, aunque lo olvidemos o no lo queramos
reconocer, somos grandes deudores del perdón y de la misericordia de Dios; a
todos el Señor nos ha perdonado mucho, como a ese siervo de la parábola, cosas
que sólo Él y cada uno de nosotros sabemos.
Por eso, cuando nos veamos en la
necesidad de perdonar a alguien, pero nos cueste hacerlo, debemos recordar las
palabras que el rey de la parábola dirige al siervo: toda aquella deuda te la
perdoné porque me lo rogaste. ¿No debías tú también tener compasión de tu
compañero, como yo tuve compasión de ti?
No es que Dios nos esté
constantemente reprochando y echando por cara aquello que hicimos. Como hemos
escuchado en el Salmo: No está siempre acusando ni guarda rencor perpetuo. Se
trata de recordar que no nos trata como merecen nuestros pecados ni nos paga
según nuestras culpas. Por eso, siempre debemos tener presente y agradecer el
amor y la paciencia de Dios porque, cada vez que nos hemos acercado al
Sacramento de la Reconciliación, nos ha perdonado y, así, ha hecho posible que
podamos continuar adelante con nuestra vida. Y entonces, desde esa conciencia
del perdón recibido, nos sentiremos motivados a “tener compasión” de quien
ahora espera nuestro perdón.
ACTUAR. –
¿Cómo evalúo mi capacidad de
perdón? ¿Hay alguien a quien no puedo perdonar? ¿Cuál es mi motivación
principal para perdonar a otros? ¿Qué experiencia tengo del perdón recibido de
Dios?
El perdón es un proceso que, a
veces, nos cuesta llevar adelante por muchas razones. Por eso, es conveniente
tener presente lo que el Papa Francisco dice en “Fratelli tutti”:
“No se trata de proponer un
perdón renunciando a los propios derechos ante un poderoso corrupto, ante un
criminal o ante alguien que degrada nuestra dignidad. Estamos llamados a amar a
todos, sin excepción, pero amar a un opresor no es consentir que siga siendo
así. Perdonar no quiere decir permitir que sigan pisoteando la propia dignidad
y la de los demás, o dejar que un criminal continúe haciendo daño. Quien sufre
la injusticia tiene que defender con fuerza sus derechos. Si un delincuente me
ha hecho daño a mí o a un ser querido, nadie me prohíbe que exija justicia”.
(241) “La clave está en no hacerlo para alimentar una ira que enferma el alma
personal, o por una necesidad enfermiza de destruir al otro”. (242)
Por eso, en todo proceso de
perdón necesitamos partir no de nosotros, sino del amor y misericordia de Dios
para con nosotros, para poder llegar a perdonar de corazón a otros.