31 de agosto de 2025
PRIMERA LECTURA:
"Humíllate, y así alcanzarás
el favor del Señor” (Eclesiástico 3, 17-20.28-29)
Lectura del libro del
Eclesiástico.
Hijo, actúa con humildad en tus
quehaceres, y te querrán más que al hombre generoso. Cuanto más grande seas,
más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor. «Muchos son los
altivos e ilustres, pero él revela sus secretos a los mansos». Porque grande es
el poder del Señor y es glorificado por los humildes. La desgracia del
orgulloso no tiene remedio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces. Un
corazón prudente medita los proverbios, un oído atento es el deseo del sabio.
Palabra de Dios.
SALMO:
"Tu bondad, oh, Dios,
preparó una casa para los pobres” (Salmo 67)
R. Tu bondad, oh, Dios, preparó una casa para
los pobres.
V. Los justos se alegran, gozan en la presencia
de Dios, rebosando de alegría. Cantad a Dios, tocad a su nombre; su nombre es
el Señor. /R.
V. Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios
vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los
cautivos y los enriquece. /R.
V. Derramaste en tu heredad, oh, Dios, una
lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada; y tu rebaño habitó en la tierra que
tu bondad, oh, Dios, preparó para los pobres. /R.
SEGUNDA LECTURA:
"Vosotros os habéis acercado
al monte Sion, ciudad del Dios vivo” (Hebreos 12, 18-19.22-24a)
Lectura de la carta a los
Hebreos.
Hermanos: No os habéis acercado a
un fuego tangible y encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de
la trompeta; ni al estruendo de las palabras, oído el cual, ellos rogaron que
no continuase hablando. Vosotros os habéis acercado al monte Sion, ciudad del
Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miríadas de ángeles, a la asamblea
festiva de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos; a las
almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la nueva
alianza, Jesús.
Palabra de Dios.
ALELUYA
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Tomad mi yugo sobre vosotros —dice el Señor—,
y aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
EVANGELIO:
"El que se enaltece será
humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Lucas 14, 1.7-14)
Un sábado, entró él en casa de
uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando. Notando
que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
«Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea
que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a
ti y al otro, y te diga: "Cédele el puesto a este". Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto. Al revés, cuando te conviden, vete
a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te
diga: "Amigo, sube más arriba". Entonces quedarás muy bien ante todos
los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se
humilla será enaltecido». Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una
comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus
parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y
quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y
ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la
resurrección de los justos».
ORGULLO
Y PREJUICIO
VER.-
El Viernes Santo decíamos que
Jesús en la Cruz nos invita a permanecer ante las cruces y los crucificados, no
sintiéndonos defraudados en nuestras esperanzas sino con paciencia, confiando
en que Dios cumple en Jesucristo su promesa: la salvación para cada uno, para
la Iglesia, para toda la humanidad. Ésa es la esperanza cristiana que brota de
Jesús en la Cruz. Y hoy estamos celebrando que, como indica el título de la Bula
de convocatoria del Jubileo 2025, esa esperanza no defrauda.
JUZGAR.-
Son múltiples los ejemplos de
“orgullo y prejuicio” que encontramos a nuestro alrededor: en persona, en
medios de comunicación, en redes sociales… Vemos el orgullo en personas que se
creen superiores por su atractivo físico, por sus bienes materiales, por sus
profesiones, por su posición social o política… personas a las que incluso se
considera triunfadoras, modelos a seguir.
Vemos el prejuicio en personas
que rechazan de plano a determinados grupos sociales, razas, culturas, a
quienes tienen diferentes opiniones políticas, a quienes desempeñan una
profesión o actividad determinada… Este orgullo y prejuicio dificulta mucho la
convivencia social e incluso produce enfrentamientos, a veces muy graves.
También en la vida de fe caemos
en el orgullo y el prejuicio. En el orgullo, cuando creemos que nosotros somos
“los buenos”, mejores que los no creyentes o los fieles de otras religiones; o
creemos que nuestra parroquia, comunidad, movimiento o asociación es superior a
otros grupos o miembros de la Iglesia; o pensamos que ocupamos una determinada
responsabilidad o hemos recibido un nombramiento porque “lo merecemos”. Y en el
prejuicio caemos cuando nos consideramos poseedores de “la verdad” y rechazamos
de entrada a otras personas y grupos sociales que no comparten nuestra visión
de la realidad o nuestro modo de vivir la fe. Este orgullo y prejuicio también
dificulta no sólo la comunión eclesial, sino nuestra misma relación con Dios,
porque, como en el caso de los protagonistas de la novela, nuestra relación con
Dios debe ser (y sólo puede ser) una relación de amor, y el verdadero amor está
reñido con el orgullo y el prejuicio.
La Palabra de Dios nos invita a
luchar contra ellos potenciando una actitud hacia la que también hay mucho
prejuicio, tanto en la sociedad como también, como hemos visto, entre quienes
somos y formamos la Iglesia: la humildad. Porque humildad no es sinónimo de ser
despreciable o poca cosa. Al contrario, la humildad es el reconocimiento de que
nuestras capacidades, talentos, posición social, bienes… son dones de Dios, y
obramos desde esa conciencia, sin orgullo ni prejuicio.
Por eso la 1ª lectura hemos
escuchado: “Actúa con humildad en tus quehaceres…” Y en el Evangelio, “Jesús
entró a comer en casa de uno de los principales fariseos para comer y notando
que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola:
Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal… vete a
sentarte en el último puesto”. A cada uno de nosotros nos corresponde revisar
desde esta Palabra de Dios nuestro grado de humildad: en mis quehaceres
cotidianos, ya sea en casa, en mi lugar de trabajo o estudios, con mis amigos,
en actividades de ocio… ¿actúo con humildad, o con orgullo y prejuicio?
¿Busco “los primeros puestos”?
¿Me hago de notar, aunque sea de modo indirecto? ¿Quiero ser tenido en cuenta,
que mi trabajo sea reconocido y valorado? ¿Utilizo las redes sociales con este
fin?
ACTUAR.-
Como en la novela, el orgullo y
el prejuicio dificultan cualquier relación, y más aún una relación de amor. Y
Dios se nos ha revelado como una comunión de amor, y estamos invitados a
participar de esa comunión. Para ello, nuestra relación con Dios ha de ser una
relación de amor, un amor humilde porque reconocemos que no somos merecedores
de este gran don. Y Jesús, el Hijo de Dios, nos mostró cómo hemos de practicar
este amor: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón…” (Mt 11, 29);
“Si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros”. (Jn 13, 14) Eliminemos pues todo orgullo y
prejuicio en todas las dimensiones de nuestra vida, y aprendamos de Jesús a ser
verdaderamente humildes, para que, como en la novela, también “acabe bien” la
historia de amor entre nosotros y el Misterio de comunión de amor que es Dios.