"¿QUIÉN ES MI PRÓJIMO?”
PRIMERA LECTURA:
““El mandamiento está muy cerca de ti para que lo cumplas”
(Deuteronomio 30, 10-14)
SALMO:
”Humildes, buscad al Señor, y revivirá vuestro
corazón”(Salmo 68)
SEGUNDA LECTURA:
“Todo fue creado por Él y para Él” (Colosenses 1, 15-20)
EVANGELIO:
(Lucas 10, 25-37)
Se levantó entonces un doctor de la ley y le dijo para tentarlo: «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?». Jesús le respondió: «¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en ella?». Él le contestó: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente, y a tu prójimo como a ti mismo». Jesús le dijo: «Has respondido muy bien; haz eso y vivirás». Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: «¿Quién es mi prójimo?». Jesús respondió: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó entre ladrones, que le robaron todo lo que llevaba, le hirieron gravemente y se fueron dejándolo medio muerto. Un sacerdote bajaba por aquel camino; al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Igualmente un levita, que pasaba por allí, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Pero llegó un samaritano, que iba de viaje, y, al verlo, se compadeció de él; se acercó, le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino; lo montó en su cabalgadura, lo llevó a una posada y cuidó de él. Al día siguiente sacó unos dineros y se los dio al posadero, diciendo: Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta. ¿Quién de los tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?». Y él contestó: «El que se compadeció de él». Jesús le dijo: «Anda y haz tú lo mismo».
VER.-
En una parroquia, para dinamizar la Eucaristía dominical en la que participan niños y jóvenes, cada semana se reparten diferentes tareas: moniciones, lecturas, presentación de ofrendas, recoger la colecta, oración de los fieles, algún gesto durante la homilía… La pregunta que el párroco hace a medida que van llegando es: “¿Leer o hacer?” Y, aunque a muchos les cuesta participar, al final cada uno elige lo que prefiere. Pero el párroco y los acompañantes están atentos para que los mismos no hagan siempre lo mismo, sino que, todos, unas veces “lean” y otras veces “hagan”, como algo necesario para “celebrar” del mejor modo la Eucaristía.
Esta tendencia a sólo “leer” o
sólo “hacer” se repite también, de diverso modo, en gran parte del conjunto de
la Iglesia. La vida de fe se limita a un espiritualismo (que no hay que
confundir con la necesaria espiritualidad) consistente en rezos, devociones,
actos piadosos… pero que se quedan en la propia intimidad. O la vida de fe se
limita a un intelectualismo (que no hay que confundir con la necesaria
formación permanente), que consiste en leer libros y artículos, consultar
muchas páginas web y redes sociales, asistir a charlas… pero que sólo sirven
para “estar enterado” y opinar, sin más. O bien la vida de fe se limita a un
activismo (que no hay que confundir con el necesario compromiso), se está “muy
metido” en la parroquia o en una asociación o movimiento, se dedica mucho
tiempo y esfuerzo a las actividades, pero como si fuera un voluntariado en una
ONG.
Para no caer en esos extremos y
equilibrar en nuestra vida las tres dimensiones de la fe: la espiritualidad
(celebrar), la formación (creer) y la acción (vivir), la Palabra de Dios nos ha
ofrecido en el Evangelio el encuentro de Jesús con un maestro de la ley, es
decir, alguien que participa habitualmente en los actos cultuales y que también
es una persona formada intelectualmente. Podemos decir que tiene claras dos de
las dimensiones de la fe (celebrar y creer), pero le falta la tercera: vivir. Y
por eso hace una pregunta a Jesús: ¿Qué tengo que hacer para heredar la vida
eterna?
Pero Jesús, con su respuesta, le
va a mostrar y nos va a mostrar la unidad de las tres dimensiones. Primero, le
pide que tenga presente su formación: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Qué lees en
ella? Y el maestro de la ley responde correctamente con lo que, además, debería
ser el contenido y la razón de la celebración del culto a Dios: Amarás al Señor
tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu fuerza y con toda
tu mente. Y a tu prójimo como a ti mismo.
Pero en cuanto Jesús le muestra
la tercera dimensión, como consecuencia de las anteriores (Has respondido correctamente,
haz esto y tendrás la vida), empiezan las reticencias: queriendo justificarse,
dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? Porque limitarse a “leer” y a “celebrar”
es muy cómodo, pero “hacer”…
Y, con la parábola del buen
samaritano, cuestiona al maestro de la ley en lo que “lee” y “cree”: ¿Cuál de
estos tres te parece que ha sido prójimo del que cayó en manos de los bandidos?
Y el maestro no tiene más remedio que responder: El que practicó la
misericordia con él. Y Jesús le lanza el imperativo: Anda y haz tú lo mismo. La
fe cristiana requiere “celebrar”, “creer” y “hacer”, las tres dimensiones.
ACTUAR.-
¿En mi vida cristiana están equilibradas las tres dimensiones de la
fe? ¿Caigo en el espiritualismo, el intelectualismo o el activismo? ¿Cómo cuido
mi espiritualidad, mi formación permanente y mi compromiso cristiano? ¿Me
pregunto alguna vez “qué tengo que hacer” y “quién es mi prójimo”?
El imperativo de Jesús al maestro de la ley está también dirigido a
nosotros: Anda y haz tú lo mismo. Y, como le ocurrió a ese hombre, también
nosotros nos echamos atrás cuando nos proponen o nos planteamos algún tipo de
compromiso. Pero, como nos ha recordado la 1ª lectura: Este precepto que yo te
mando hoy no excede tus fuerzas, ni es inalcanzable. No está en el cielo… Ni
está más allá del mar… El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en
tu boca, para que lo cumplas.