Domingo 1 de septiembre de 2024
PRIMERA LECTURA:
"No añadáis nada a lo que yo os mando… observaréis los
preceptos del Señor” (Deuteronomio 4, 1-2.6-8)
Lectura del libro del Deuteronomio.
Moisés habló al pueblo, diciendo:
«Ahora, Israel, escucha los mandatos y decretos que yo os enseño para que,
cumpliéndolos, viváis y entréis a tomar posesión de la tierra que el Señor,
Dios de vuestros padres, os va a dar. No añadáis nada a lo que yo os mando ni
suprimáis nada; observaréis los preceptos del Señor, vuestro Dios, que yo os
mando hoy. Observadlos y cumplidlos, pues esa es vuestra sabiduría y vuestra
inteligencia a los ojos de los pueblos, los cuales, cuando tengan noticia de
todos estos mandatos, dirán: “Ciertamente es un pueblo sabio e inteligente esta
gran nación”. Porque ¿dónde hay una nación tan grande que tenga unos dioses tan
cercanos como el Señor, nuestro Dios, siempre que lo invocamos? Y ¿dónde hay
otra nación tan grande que tenga unos mandatos y decretos tan justos como toda
esta ley que yo os propongo hoy?».
Palabra de Dios.
SALMO:
Salmo responsorial: Sal 14, 2-3a.
3bc-4ab. 5 (R.: 1b)
R. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?
V. El que procede honradamente y practica la
justicia, el que tiene intenciones leales y no calumnia con su lengua. /R
V. El que no hace mal a su prójimo ni difama al
vecino. El que considera despreciable al impío
y honra a los que temen al Señor.
/R
V. El que no presta dinero a usura ni acepta
soborno contra el inocente. El que así obra nunca fallará. /R
SEGUNDA LECTURA:
"Poned en práctica la palabra” (Santiago 1,
16b-18.21b.-22.27)
Lectura de la carta del apóstol Santiago.
Mis queridos hermanos: Todo buen
regalo y todo don perfecto viene de arriba, procede del Padre de las luces, en
el cual no hay ni alteración ni sombra de mutación. Por propia iniciativa nos
engendró con la palabra de la verdad, para que seamos como una primicia de sus
criaturas. Acoged con docilidad esa palabra, que ha sido injertada en vosotros
y es capaz de salvar vuestras vidas. Poned en práctica la palabra y no os
contentéis con oírla, engañándoos a vosotros mismos. La religiosidad auténtica
e intachable a los ojos de Dios Padre es esta: atender a huérfanos y viudas en
su aflicción y mantenerse incontaminado del mundo.
Palabra de Dios.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
V. Por propia iniciativa el Padre nos engendró
con la palabra de la verdad, para que seamos como una primicia de sus
criaturas.
R. Aleluya, aleluya, aleluya.
EVANGELIO:
Mc 7, 1-8. 14-15. 21-23
Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la
tradición de los hombres
+ Lectura del santo
Evangelio según san Marcos.
En aquel tiempo, se reunieron
junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén; y vieron
que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las
manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes
las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y al
volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas
tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas). Y los fariseos y los escribas le
preguntaron: «¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los
mayores y comen el pan con manos impuras?». Él les contestó: «Bien profetizó
Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con
los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque
la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejáis a un lado el mandamiento
de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Llamó Jesús de nuevo a
la gente y les dijo: «Escuchad y entended todos: nada que entre de fuera puede
hacer al hombre impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. Porque
de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos, las
fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias, fraudes,
desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen
de dentro y hacen al hombre impuro».
Palabra del Señor.
HIPOCRESÍA CON
DIOS
VER. -
La hipocresía es el fingimiento
de sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan. Y
todos, en diversos grados, somos hipócritas en un momento u otro. A veces,
somos hipócritas conscientemente, porque queremos alcanzar algún interés
propio. Pero otras veces lo somos de un modo más inconsciente: estamos
realizando una tarea que no nos gusta, o nos encontramos con una persona que
nos cae mal, pero, aunque por dentro sintamos lo contrario, disimulamos y
actuamos como se espera de nosotros, no tanto por mala voluntad, sino por
costumbre, educación, o incluso miedo a las consecuencias de decir la
verdad.
En el Evangelio, Jesús ha llamado
hipócritas a los fariseos y a los escribas. Y la razón la da citando a Isaías:
“Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El
culto que me dan está vacío...”.
En la religión judía, la
purificación ritual era considerada esencial para participar en el culto e,
incluso, en la vida cotidiana; por eso había que limpiar cuerpo, vestidos y
utensilios, pero esto había derivado en un mero cumplimiento ritual de esas
prácticas. Jesús denuncia que esas prácticas externas no conllevan una
verdadera conversión del corazón, que fariseos y escribas sólo se fijan en la
impureza aparente de las personas y no en la verdadera impureza, que es la
hipocresía con Dios.
Jesús nos invita hoy a
reflexionar sobre la ‘pureza’, la autenticidad de nuestra fe y la coherencia
entre ésta y nuestras acciones. Como decíamos la semana pasada, muchos llevamos
años de vida cristiana: oramos, participamos en la Eucaristía, recibimos el
Sacramento del Perdón, quizá participamos en un Equipo de Vida, quizá desempeñamos
algún compromiso evangelizador… pero no por eso estamos eximidos de caer en la
hipocresía más o menos inconsciente con Dios.
Jesús nos invita a examinar
nuestros corazones y motivaciones para seguirle; que seamos sinceros y pensemos
qué ‘impurezas’ descubrimos, en qué medida ‘cumplimos’ externamente, actuamos
como se espera de nosotros, pero por costumbre, por educación, o incluso por
miedo al ‘castigo de Dios’, mientras que en realidad nuestro corazón está lejos
de Él.
Si descubrimos algún grado de
‘impureza’, de hipocresía con Dios, es el momento de buscar solución, porque
mantener las apariencias sin conversión del corazón conlleva unas consecuencias
muy negativas: “de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos
perversos, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, malicias,
fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad”. Todos estos
ejemplos encuentran concreción en hechos cotidianos de nuestra vida personal o
social.
Para superar la hipocresía con
Dios, la 1ª lectura nos recordaba las palabras de Moisés al pueblo: “escucha
los mandatos y decretos que yo os enseño para que, cumpliéndolos, viváis…”.
Moisés les señala la conveniencia de cumplir de corazón la ley de Dios, y no
sólo externamente, porque no es un conjunto de reglas, ni una carga, sino una
fuente de vida. Y esto vale también para nosotros.
Hoy Jesús nos invita a cultivar
una relación auténtica con Dios que transforme nuestro interior y se refleje en
nuestras acciones, en lugar de mantener una cierta hipocresía con Dios,
conformándonos con cumplir reglas externas, pero sin desear un compromiso del
corazón.
¿Recuerdo ocasiones en las que me
he comportado de forma hipócrita? ¿Descubro en mí algún grado de hipocresía con
Dios? ¿Creo que es suficiente con cumplir las prácticas externas y preceptos de
la fe, o las cumplo, pero como una ayuda para la conversión del corazón?
En nuestro mundo, a menudo la
hipocresía, las apariencias, el ‘postureo’ y la imagen externa se valoran mucho
más que la integridad interior. Pero por eso mismo encontramos todas esas
maldades que salen de dentro del corazón, como ha denunciado Jesús.